Ella era
nueva en el grupo, Javier estaba seguro de que no la conocía. Era una de las muchas amigas de
Manuel. Lucía un bonito vestido de pequeñas flores en tonos malva, con unos
finos tirantes de cuero del mismo color, que descansaban sobre sus redondeados
hombros. El vestido ajustado y no demasiado largo, poco dejaba a la imaginación
del espectador. Se fueron sentando alrededor de la mesa a medida que iban llegando de tal forma que Marta quedó (así
se llamaba la desconocida) junto a su acompañante Manuel, orgulloso de lucir una
mujer tan espectacular. La joven solo parecía tener ojos para su pareja que, en
mientras charlaba animadamente, se ocupaba de presentarla a todos los
asistentes a la cena. No en balde era su fiesta de cumpleaños y el anfitrión de
la misma.
El cabello de Marta era de estilo muy masculino sin perder por ello su
sensualidad. Sus ojos verdes, con una profunda mirada, parecían estar escudriñándolo
siempre todo, sin perderse detalle de lo que pasaba a su alrededor. Su sonrisa
era tímida, con unos labios bien dibujados que encerraban una boca
sugerente. EL escote insinuaba unos
senos voluptuosos, perfectos, tal vez demasiado perfectos. Y sus caderas…
Javier, sentado frente a Marta, se dio cuenta de que la estaba desnudando con
la mirada. Eso no estaba bien. Era evidente que llevaba demasiado tiempo sin
pareja. Sin pareja y sin nadie que le alegrara alguna de sus noches solitarias.
Pero esto no era escusa. Marta era la acompañante de su amigo Manuel, el
anfitrión y además en esta ocasión Javier no había venido solo. Le acompañaba
Argentina, aquella chica que tanto se preocupaba por él desde que se separó de Verónica.
Una vez estuvieron todos sentados comenzó la cena. Argentina inició una
conversación con Manuel, que se encontraba sentado frente a ella, y con Marta,
mientras Javier seguía absorto mirando y escuchando a aquella mujer de la que
no podía despegar sus ojos. En algún momento Argentina le preguntó algo a lo
que sólo acertó a responder con algún monosílabo.
-¿Te encuentras bien Javier? –
susurró poco después Argentina a su oído.
-Claro que sí –respondió nervioso
apartando la mirada de la mujer que tenía sentada enfrente.
Sin saber muy bien cómo, de pronto
Javier se enconó los ojos de Marta clavados en los suyos. Bajó la vista,
sorprendido ante la insistencia de su mirada. La verdad es que él se sentía más
bien intimidado por esa mujer. Cualquier situación en la que se viera implicado
con el género opuesto ponía en marcha su mecanismo de alarma. Con nerviosismo y
disimulo cogió la servilleta y se limpió la comisura de los labios…¿y si lo que
ocurría era que Marta miraba su rostro manchado? Pero ella no desvió la mirada
ni un solo segundo, igual que Argentina no cesaba su charla ni un instante.
Intentó apartar a Marta de su mente y de su punto de mira. Cosa difícil.
Hacia unas pocas semanas que Verónica
y Javier habían decidido dar ese paso que tan claro tenían ambos y
separarse. Hoy, un par de meses después, asistía a su primer acto social como
hombre separado y con el cartelito de disponible parpadeando sobre su
cabeza. Había pasado tanto tiempo que ya no recordaba cómo se sentía cuando una
mujer lo miraba así, de frente. Y es que Javier estaba a
punto de descubrir que Marta era mucha mujer.
La cena empezó con unos deliciosos entrantes
de la más depurada cocina de autor. Unas brochetas de langostinos en tempura
con cebolla caramelizada fue lo primero que probaron. La sensualidad con la que
marta cogía la brocheta hizo que la
imaginación de Javier volara. Sin dejar de mirar fijamente a sus ojos Marta con
delicadeza capturaba la primera porción de la rosada carne, con apenas el filo
de sus dientes y con un ligero roce de sus carnosos labios. El barrido de las
pestañas de aquella mujer al saborear la presa que acababa de atrapar consiguió
hacer dudar a Javier. Ya no sabía si eran imaginaciones suyas, pero de lo que sí
estaba muy seguro era del efecto que estaba consiguiendo en su cuerpo aquella
visión. Una ligera erección empezó a hacer que su miembro presionara contra la
cremallera del vaquero, acrecentando más su nerviosismo. No podía dejar de
mirarla, no podía dejar de fantasear con lo que veía. Su mente parecía estar enredada con la visión de aquella mujer, no
podía deshacer la madeja tejida con las fantasías que iban surgiendo en sus
pensamientos. Era preciso que sus amigos no se diesen
cuenta de su estado. Pero por otra parte no entendía como nadie se había fijado
en la forma en la que Marta se le estaba insinuando. Ni siquiera Manuel se enteraba
de nada y seguía en animada charla con Argentina
Al
ver como Marta paladeaba el vino con sus ojos entornados un torbellino de
imágenes cargadas de alto contenido sexual asaltaron la mente de Javier. Como
esa publicidad subliminal, que se cuela en una batería de anuncios y nos obliga
a salir corriendo al frigorífico para tomar un refresco. En ese momento estuvo
seguro de que no lo podía soportar más,
por lo que se disculpó y fue al baño. Permaneció unos instantes mirando su reflejo
en el espejo. Lo cierto era que los años habían hecho mella en él. Las pequeñas
arrugas de expresión se agolpaban alrededor de sus ojos. Alguna cana se asomaba
a la oscuridad de su cabello pero su cuerpo continuaba estando musculado gracias
a la práctica regular de deporte. Se
refrescó el rostro y la cara interior de las muñecas. Pero esto no era
suficiente para calmar su ánimo ya que seguía notando la presión bajo su
cremallera. Apurado por la situación valoró las opciones y no creyó oportuno
demorarse más. Esperando que nadie reparara en él, abrió la puerta del baño con
intención de incorporarse otra vez a la animada cena. Pero no lo consiguió. Su
sorpresa fue encontrar allí a Marta que con decisión le empujó hacia el
interior del baño y cerró la puerta tras ella.
No es posible,
pensó Javier. Pero sí lo era. Los jugosos labios de Marta se acoplaron a los
suyos haciendo que sus lenguas se enlazaran en un baile sensual. El perfume
sofisticado de ella invadió su pituitaria de macho b
haciendo fluir una corriente eléctrica desde el interior de su estomago que
irradiaba por todo su cuerpo que permanecía pegado al de Marta. Ella percibía
el sexo inflamado de Javier contra su pubis, sus pechos clavados en el pecho de
él. Javier se sintió desbordado por la sorpresa pero se abandonó la sensación
que se apoderaba de su interior. El deseo.
Las
manos de Marta buscaban las nalgas de su compañero de mesa mientras éste caía
en un torbellino de pensamientos y preguntas que no podía formular, hasta que
consiguió abrir sus ojos y la vio. Ella, esa diosa escultural que se le había
estado insinuando durante toda la cena, ahora estaba fundida en su boca, pegada
a su cuerpo, envolviendo su culo con esas manos que parecían cientos de
tentáculos de una manada de medusas transparentes. Esta visión fue el detonante
que hizo despertar a Javier. Sus cuerpos amenazaban con ser uno sólo. Sus manos
ávidas de piel y de sexo jugaron a su vez con las nalgas fuertes de la chica
para detenerse después en su cintura.
Con
firmeza la separó de su cuerpo para contemplarla con un poco de perspectiva.
Una silueta terriblemente femenina que prometía cumplir con las míticas medidas
noventa – ochenta - noventa. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo. No la
conocía de nada. Era la primera vez que se veían y se estaban dando el lote en
el baño de Manuel. Su amigo, el acompañante de esta diosa, el anfitrión de esta
velada. Y lo cierto es que la deseaba, que el deseo se aferraba a su sexo
presionando desde el interior, pidiendo escapar como una fiera encerrada en su
jaula.
Unos
segundos después, Marta colocó sus manos tras el cuello de Javier y tiró de él
para aproximar otra vez sus rostros. Javier ya era otro hombre, era el hombre
de antaño. Besó con ímpetu la boca de Marta, paseó su lengua delicadamente por
la comisura de sus labios notando como ella parecía acelerar ligeramente su
respiración. Mordió y comprobó como ella
lanzaba un ligero gemido como respuesta. Marta notó como se le erizaba la piel
de la espalda al sentir como su compañero hacía deslizar un tirante del
vestido. La mano de Javier se entretuvo en su desnudo hombro. Empezó después el
descenso por su brazo mientras sus labios se despegaban de su boca y comenzaban
a sembrar de pequeños besos su cuello desplazándose por él ayudado de su
lengua… lamiendo, besando, humedeciendo todo el camino. Subiendo, bajando,
explorando su axila, su pecho.
Javier
se encontró con los pechos desnudos de Marta. Redondos, coronados por dos
pezones erectos, deliciosos. Tenía la urgente necesidad de probarlos pero antes
deseaba entretenerse con sus manos. Con suavidad los encajó en ellos, los
cubrió sintiendo toda la voluptuosidad de los senos de esta diosa, la suavidad
de su piel. Bajó sus manos para coger las de Marta y colocarlas a su vez en los
pechos, incitándola a que fuera ella la que se los ofreciera. Así lo hizo
Marta, los rodeó por los lados juntándolos y arqueando ligeramente su espalda
hacia atrás, le ofreció a su amante el delicioso manjar que él esperaba. Al
sentir el aliento de Javier en uno de sus pezones, erecto, acurrucado esperando
el envite de la lengua, sintió el primer temblor que le llevó a retroceder. Un
solo paso que la aproximó a la fría pared alicatada del baño. Allí se sintió
atrapada entre el frio de su espalda y el calor que irradiaba su amante frente
a ella. El contacto de los fríos azulejos todavía erizo más la piel de su
cuerpo al tiempo que endureció más esos pezones que ya se encontraban prisioneros
de su amante. Uno entre sus labios, entre sus dientes que lo mordisqueaban
haciéndole ronronear como una gata en celo. El otro entre las yemas de sus
dedos que pellizcaban y tiraban de él una y otra vez acrecentando el placer que
empezaba a humedecer su sexo.
Javier
sintió calor, un calor sofocante aumentado por la temperatura que iba subiendo
desde el interior de su cuerpo. Su piel empezaba a humedecerse y decidió
quitarse la camiseta dejando al descubierto su torso. Ahora fue Marta la que
mantuvo la distancia. Desnuda hasta la cintura donde se había quedado prendido
su vestido, con sus desnudos pechos apuntando hacia el cuerpo de su partenaire, parecía la más hermosa Venus
griega que jamás hubiese podido imaginar. Miraba el pecho de Javier, sus
hombros, sus abdominales bien definidos. Alargó una mano para dibujarlos con su dedo haciéndole estremecer.
Presionó un poco más contra la piel de Javier de manera que la caricia de su
dedo se convirtió en un arañazo de su afilada uña, una caricia felina que se
aferró ahora con ambas manos a los costados de aquel hombre que tanto la
atraía. Le clavó las uñas. Su rostro de hundió en el pecho de su desconcertado
amigo sintiendo el perfume masculino que la embriagaba y la empujaba a lamer
esa piel desconocida, a morder esos pezones que esperaban el contacto de su
boca, de sus dedos.
Javier
hizo deslizar el vestido de Marta hasta que quedó en el suelo rodeando sus pies
calzados sobre vertiginosas sandalias de tiras rojas. Con precipitados
movimientos bajó las bragas de Marta. Un latigazo de placer recorrió su cuerpo
al observar pausadamente la desnudez objeto
de su deseo. Una preciosa piel bronceada
carente de marcas blancas. Unos ojos verdes que le miraban desde la profundidad
del deseo. Unas manos que se aproximaban a su cintura para, en segundos,
desprenderle también a él de la ropa que todavía protegía su sexo.
Como
una bandera plantada en la conquista de una isla desierta su miembro se irguió
con toda su longitud y bajo la mirada estupefacta de Marta. Son ciertos los rumores sobre el tamaño
del sexo de Javier, pensó Marta
conteniendo una sonrisa. Nunca había visto nada igual. Como hipnotizada se puso
en cuclillas frente al falo que parecía llamarla con pequeños movimientos
compulsivos. Lo rodeó con sus manos y depositó la punta de su lengua en el
prepucio. Javier gimió. Recorrió toda su longitud, lamiendo la brillante piel, mientras
con una mano abarcó los testículos. Los amasó, los aprisionó ligeramente
mientras él se sentía transportado a la cima más alta del placer. El sudor ya
empezaba a correr por la espalda de Javier, el aire era agobiante, la
respiración agitada, ruidosa, mezclada con susurros incomprensibles, con los
latidos de su corazón que acelerados martilleaban en la sien.
Al
abrir los ojos la imagen que se encontró bien podría llegar desde una cámara de
cine filmando plano cenital, tras la que se encontrara él fisgoneando una
escena de sexo. Su miembro desaparecía en el interior de la boca de la mujer
para luego volver a emerger brillante sonrosado. En algunos momentos la lengua
de Marta jugaba con la zona más sensible haciendo que su vista casi se nublara
por el placer. Consiguió arrancar su voluntad de la presa del placer para hacer
subir la boca de su amante hasta la suya y saborear su propio sexo entre los
labios de ella mientras su miembro latía
furioso reclamando más deliciosas atenciones.
Pero
era momento de hacerlo esperar, de hacer volar a su amante. La cogió de las
muñecas inmovilizándolas contra la pared enlosada, dejando todo el cuerpo de
Marta abierto para él. Así, con ella bien sujeta, empezó a lamerla. Sus labios,
sus mejillas, sus orejas, su cuello, su pecho, su vientre. Liberó las manos de
la chica y se concentró en su pubis. Su lengua buscó entre el vello hasta
alcanzar la humedad de la carne cálida. Un dedo avanzó por la maraña oscura y
con avidez localizó el compacto clítoris ardiente, inflamado, vibrante y con
rítmicos movimientos empezó a estimularlo al tiempo que su lengua no paraba de
investigar. Mientras la otra mano aferraba sus glúteos y atraía el cuerpo de
Marta con fuerza hacia si.
Marta
gemía, casi gritaba por lo que Javier tuvo que acudir en su auxilio y dejar los
juegos de su lengua pata cerrar aquella estupenda boca y aplacar los excitantes
gemidos. Con los labios sellados por los de su amante prosiguió con el juego de
sus dedos con el sexo. Haciéndoles volar desde el clítoris donde se entretenían
en pequeños golpecitos, hasta la entrada de la vagina húmeda, cálida,
confortable. Volviendo a planear por el monte de venus para decidirse a entrar
en el interior de su sexo que palpitante, aprisionaba su dedo juguetón,
aferraba el segundo dedo que se unía al primero, oprimía los tres dedos que se
divertían escondiéndose en su interior para luego volver a salir rítmicamente.
Completamente
empapada y al borde del éxtasis Marta logró separar sus labios de los de Javier
y prácticamente le suplicó que la poseyera. Éste no se demoró en complacerla y
con decisión cambió sus dedos por su sexo. Lo introdujo en el de ella mientras
se sostenían las miradas. Centímetro a centímetro se fue perdiendo en la
humedad de su interior, empapándose de los fluidos que la inundaban. Empujó la
primera vez con precisión, arrancándole un gemido a su amante. Con un poco más
de fuerza la segunda vez haciéndola reprimir un pequeño grito de placer. Javier
acudió una vez más a callar los labios de Marta con los suyos y ya sin pausa adquirió el ritmo necesario
para atravesar la barrera del sonido en
el vuelo que les llevó a la cumbre del placer. Ambos gozaron del sexo
salvaje, de la pasión prohibida, del peligro de ser sorprendidos en aquella
situación difícil de explicar. Solo escuchaban el pulso de sus corazones, la
respiración agitada, la fricción del roce de sus sexos con el ritmo acompasado
con la música que llegaba del salón. Llegó el éxtasis envuelto en una sinfonía
de gemidos, suspiros, contracciones involuntarias de sus músculos, aromas de
sexo y sudor que envolvían toda la estancia.
Sin
un minuto de descanso para dedicarse las atenciones que él deseaba, cargadas de
cariño y ternura, Marta se duchó con rapidez, cuidando de no estropear su peinado,
y se vistió. Se retocó el maquillaje, se arregló el cabello y se volvió para
mirarle, de frente. Por primera vez se dirigió a él.
-La
realidad ha superado los rumores. Ha sido un placer Javier -le susurró a su
oído mientras depositaba un dulce beso
en su ruborizada mejilla.
Y
salió del baño dejando a su compañero de juegos estupefacto.