Ya había terminado los
preparativos y estaba esperando con los pies hundidos en la orilla. El romper
de las olas hacía resbalar la fina y brillante arena bajo el peso de su cuerpo. El frescor del agua
salpicaba sus piernas, sus brazos, su cara. Un respiro para el calor sofocante
que se atenaza a su espalda, a sus hombros. La desierta cala que habían elegido
no era conocida por los turistas, ni siquiera los payeses solían acercarse por
allí dada la dificultad de acceso.
Ella llegó brazada a brazada
surcando las aguas cristalinas, bordeando la sinuosa isla. Acompañada por
alguna medusa, tal vez por algún pez avanzaba en su travesía hacia el destino
elegido. En silencio realizaba el último esfuerzo que le aproximaba al puerto de
su incertidumbre. Atracó en las arenas blancas de la playa donde él la esperaba.
Al quitarse las gafas sus ojos se buscaron y cruzaron sus miradas emprendiendo
otra travesía por un océano de sensaciones.
Él la recibió con un abrazo
de rizo de alegres colores y quedó prendido de su cuerpo, ya despojado de la
piel de neopreno. Sus rostros permanecieron escondidos en el cuello del otro,
mientras el sabor salado de sus labios penetraba en la boca entreabierta de su
protector. En silencio encaminaron sus pasos hacia la jaima que él había
montado para recibirla y agasajarla con todo tipo de detalles y comodidades.
Deliciosa fruta, bebidas frescas, música relajante y hasta una ducha portátil.
Él la seguía de cerca,
desnudándola con la mirada. La toalla que cubría su cuerpo cayó al tiempo que
llegaron sus manos volando con ansia para despojarla de bikini. Mientras el
silencio seguía presente, la sal marina comenzó a escapar acompañada por la calma
y la serenidad, huyendo de la urgencia del deseo. Un deseo que todo lo
precipitaba humedeciéndoles también en sus pieles. Los dos bajo el agua de la
ducha, ella desnuda, él no. La ropa mojada empezó a abandonar el cuerpo para
poseerlo las manos de ella. Ambos tomaron distancia bajo las gotas de agua que
no dejaban de caer, mientras sus miradas expresaban el deseo recorriendo el
cuerpo del otro ávidas de piel y de sal. Los dedos inquietos jugaban con los
pechos, las bocas mordían con desenfreno. En un baile ya imparable comenzaron a
fusionarse en un abrazo en el que cada milímetro de sus cuerpos sentía el
cuerpo del otro. Ya no había tiempo para nada más. El deseo apremiaba. No sin
cierta brusquedad, él giro el cuerpo de la mujer quedando a sus espaldas. Permaneció
contemplando aquel cuerpo, disfrutando de la perspectiva que lo revelaba aún
más bello. El agua corría mientras el deseo no dejaba de apretar. Sus manos
aferraban las caderas de mujer mientras su miembro palpitaba buscando su
humedad hasta que logró alcanzarla. Se fundieron, ahora si, hasta lo más íntimo
iniciando el baile que les arrastraría por una espiral de placer, de sacudidas,
de pasión, de gemidos que se mezclaban con gritos y jabón y les fueron
conduciendo hasta el éxtasis esperado, hasta el placer infinito.
Ambos permanecieron
entrelazados bajo el correr del agua. La piel, los huesos, el alma todo unido
hasta la última molécula. Ya no había prisa, sólo el agua corría.
Ella cerró los ojos y suspiró
-He caído al abismo más
profundo –le susurró al oído de su amante.
Intenso, emotivo, excitante. Es un relato para leer con calma, dejando que ese agua imaginaria te atrape también. Es un gran trabajo, que he disfrutado leyendo.
ResponderEliminarUn saludín