El frio metal refrescaba sus manos y el inicio
de su espalda. Había llegado el momento. Con cuidado traspasó la barrera que la
separaba del vacío y ya se encontraba al otro lado de la barandilla con las puntas
de sus pies suspendidas sobre los cientos de metros que la alejaban de la
tierra, de las piedras, de unos pocos matorrales, del vacío que se extendía por
debajo de su cuerpo. Ese espacio repleto de aire, ese aire que tantas veces la
asfixiaba de una forma incomprensible.
-Ni se te ocurra moverte, Ahora no –escuchó con
firmeza a sus espaldas.
-¿Estás segura de querer hacerlo? -le preguntó
una voz distinta a la anterior.
Ella no podía responder, sus ojos clavados al
fondo del vacío, el aire imperceptible llenándolo todo. Sus manos aferradas a
la barandilla, el frio subiendo por sus brazos. El aire…el aire… le faltaba el
aire. La adrenalina quería empezar a fluir, ella no se lo consentiría, todavía
no.
Por unos instantes el miedo se apoderó de su
voluntad. Al intentar moverse un poco para retroceder, los pies perdieron la
estabilidad. Sus botas de montaña no se sujetaban con demasiada eficacia al
borde de la pasarela. Ahora si, la adrenalina empezó a brotar. Desde el
interior de su estomago fue subiendo como una cascada de aire movido por el
aleteo de un millar de mariposas. La respiración agitada, mucho más de lo que
ella creía poder soportar. Las manos empezando a sentir el dolor punzante del
esfuerzo por sujetarse. No estaba segura de lo que iba a hacer. Si alguien le
hubiese cuestionado otra vez sobre su convencimiento se hubiera echado a llorar
y hubiese desistido en su objetivo. Pero esto no ocurrió.
-Ya –susurró alguien tras ella, junto a su oído.
-No, no puedo -gritó en lo más profundo de su
mente-.
Unas milésimas de segundos después sus manos se
soltaron y sus piernas la impulsaron al vacío. Era lo previsto. Su cuerpo
describió una parábola cruzando el aire. Sus brazos abiertos cual alas carentes
de plumas cortaron el vacío que la separaba del fondo. Sus ojos cerrados, con
los párpados presionando fuerte uno contra el otro. Tal vez se le escapó un
grito que cortó el aire que lo envolvía todo, que la envolvía en su caída al
vacío. Notaba su frescor que le golpeaba la cara empujando su cabello
apartándolo del rostro.
Por fin llegó. Un ligero tifón la acabó
colocando en la posición prevista. Quedó colgando boca abajo a escasos metros
del suelo. Abrió los ojos para descubrir un mundo del revés. Su peso muerto
permanecía izado, balanceándose como el péndulo de un inmenso reloj que no
dejaba que el tiempo se parase. Surcando el aire sintiendo como silbaba en sus
oídos rompiendo el silencio.
-¡Quiero volver a saltar! –gritó sonriendo.
Me he quedado de piedra al comprobar de qué se trataba realmente. Me ha encantado la manera de jugar con la credulidad del lector y sorprendernos con ese último y magistral párrafo. Un gran relato que sorprende.
ResponderEliminarUn saludín