Por fin estábamos frente al altar. Después de casi
diez años de noviazgo Javier y yo habíamos decidido dar el paso. Ya no nos
quedaban excusas para retrasar nuestra boda y éste era el día, éste era el
momento. Mis nervios crecieron cuando recibí la llamada del oficiante de la
ceremonia comunicándonos que no podía asistir por una causa grave, por lo que
iría alguien a sustituirlo.
Mis padres no veían el momento de ver a su hija
casada con Javier. Con Javier o con quien fuera. Con treinta y cinco años
cumplidos todavía estaba viviendo en su casa, a la sopa boba, y la verdad es
que su amor de padres era evidente que estaba tocando a su fin.
Lo primero que percibimos fue el sonido de una
motocicleta de gran cilindrada subiendo la interminable cuesta de la ermita.
Giró la curva que desembocaba en la explanada del parquin del restaurant y
apareció la Harley Davidson de un precioso color rojo combinado con detalles
crema y plata. Después de parar el motor se apeó con agilidad. Vestía un traje
chaqueta de raya diplomática sobre fondo marengo. Al quitarse el casco una
larga melera de color fuego se derramó por su espalda. Esta mujer sería la
oficiante de nuestra boda. Se nos aproximó mientras se quitaba las gafas de
sol, descubriendo unos ojos verdes perfectamente maquillados aunque con
discreción para la ocasión.
-Lamento el retraso, -se disculpó dirigiéndose a
Javier y a mí- Soy Beatriz Quiroga.
–Aclaró manteniéndome la mirada.
Aquí me desconecté de mi entorno. Beatriz era mi
ángel, el ángel que me había abierto los ojos. Había llegado para rescatarme de
cometer el error de mi vida. Me sentía hipnotizada mirando a esta mujer. Sus
ojos, sus labios carnosos y suaves, sus firmes pechos que asomaban por la
inmaculada camisa un poco desabotonada. Todo lo demás dejó de existir, mientras
el tiempo no dejaba de correr.
-Y tú, Mariela, ¿quieres por esposo a Javier?
Seguía paralizada, mientras todos esperaban mi
respuesta. Mi cuerpo vibraba en mi interior y me sentía atraída salvajemente
por Beatriz. No me podía creer lo que me estaba ocurriendo. Esto era lo que
llamaban amor a primera vista… estaba segura de ello. Beatriz era la mujer de
mi vida. No podía seguir con la farsa en la que me encontraba metida.
Javier me dio un codazo disimulado que me hizo
reaccionar.
-No, -dije serenamente- no quiero a Javier por
esposo. Ni a Javier ni a ningún otro hombre.
Reacción en cadena; silencio absoluto, desmayos de
madres, mis amigas íntimas empezaron cuchichear a mis espaldas, Javier cayó
sentado en la silla que, por suerte, tenía detrás. De los padres mejor no
hablar.
Lancé el ramo de novia hacia atrás, sin girarme,
mientras Beatriz me hacía un guiño, cerrando el libro de ceremonias y acercándose
a mi.
-¿Te llevo a algún sitio?, Mariela. –Me preguntó
rozando con sus labios de terciopelo el lóbulo de mi oreja.
-¿Tu qué crees? –le respondí.
Antes de montarnos en la Harley, nos fundimos en
un primer beso largo y húmedo dejando a los asistentes perplejos y salimos con
nuestros corazones unidos para siempre.
Aquella mañana de agosto comprendí muchas cosas
que a mis treinta y cinco años no había tenido oportunidad de entender.
Tan intenso y provocador como el resto. La sorpresa se deja caer mientras personajes y lectores nos sentimos desconcertados. Excelente.
ResponderEliminarGracias por tus palabras Víctor
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