Queda abierta la invitación..
no dudeis, atreveros...
podeis mandarme correo con vuestra propuesta para publicar en el BLOG.
OS DEJO UN PRECIOSO CUENTO o RELATO CORTO QUE HA QUERIDO COMPARTIR NUESTA LECTORA
Y AMIGA bebedelaplana
La historia del
clavario de Castellón.
En épocas de leyendas,
cuando estas eran el entretenimiento general de las gentes que no sabían
distinguir los límites entre lo real y lo ficticio que se contaba en ellas,
existía en Castellón de La Plana un mísero hombre, de oficio “clavario”, algo
como decir “recaudador de impuestos”, allá en el siglo XVII.
Había conseguido su
posición gracias a disponer de una buena dote que le dejó su padre de más de
4.000 sueldos, sin los cuales no hubiera podido apostar por la profesión de la
cual vivía. Sin embargo, no era feliz. Su infortunio consistía en su fealdad.
Era tan mal parecido que de él, aun sin estar muerto, se creó una leyenda
conocida y temida por casi todos los habitantes de Castellón. El poco
favorecido por la diosa de la belleza se llamaba Don Tomás Gomis.
La leyenda explicaba por
qué habían subido tanto los impuestos en los últimos cinco años y es que, según
se decía, Tomás mantenía trato con el mismísimo Diablo, a quien debía ofrendar
grandísimas sumas de libras a cambio de que, por arte de maleficio, cada noche
una bella y distinta doncella le rindiera sus amores y sus encantos.
También se decía que
estas damiselas no eran reales, sino espejismos que Satanás producía, de una
beldad sobrenatural tanto por sus portes, sus rasgos, sus siluetas, como por la
gracia con que se contorneaban y agasajaban al apasionado recaudador, que creía
tan reales estas figuras que hasta sentía el tacto suave de sus manos cuando
estas alucinaciones frotaban sensualmente sus dedos en sus mejillas.
Por el día, cuando el
sol impedía verlas, aunque no estaban, clamaba a solas para convocarlas:
“Oh, adorables y
hermosas criaturas, rociadme con vuestras estrellas de amor, nacidas en país de
belleza sin par. Amas sois, con vuestra seducción, de mi lujuria, y al tiempo
que vuestro poseedor, soy vuestro siervo. ¡Venid, acudid otra noche más a mi
lecho, en que os aguardo para recibir vuestros besos ardientes. Me da igual
vuestra procedencia, pues en vosotras y en mí arde el mismo fuego roedor. Os he
de llamar “hermanas”, de un incesto permitido y sagrado. ¡No faltéis a la
cita!”. Esto exclamaba durante el día, a solas, sabedor de que, tras caer el
sol, una nueva amante quimerina acudiría.
Cuando llegaron las
horas lunares, bajo un rayo de claror que usurpaba el espacio a la noche tras
la ventana, compareció una nueva forma de mujer, de todas la más bien
proporcionada y provocadora. De blanca piel y pechos rosados, estrecha cintura
y firmes muslos, se presentó detrás del cristal que evitaba al clavario percatarse
del hecho de que sus piernas y pantorrillas aún estaban por configurarse, pero
de eso no podía darse cuenta porque sólo contemplaba el talle y la cara de la
morena entelequia.
En un paroxismo quedó,
mientras del rayo de luna endemoniada acababa de completarse el cuerpo de la
mujer que, a través de la ventana insinuó: “¡Abridme!”
Poseído, el mujeriego
Tomás caminó hasta el hueco en la pared. No podía mirarla sin perder la
respiración y el juicio. La morena penetró en la estancia y se deslizó grácil y
sinuosamente hasta el cubil donde las indomables fieras se entregarían a una
instintiva unión entre súcubo y humano arrebatado. Pero antes, Tomás pudo
contemplarla entera, primero por delante, vestida tan sólo con una fina gasa
que se ceñía a sus curvas y relieves prietos, como un tejido hecho de vapor,
traslúcido, que no ocultaba sus pezones rosas; y después, por detrás, enseñando
sus nalgas redondas. Tomás iba a enloquecer. Hablaba solo.
Tan sonoros eran sus
suspiros y las incitaciones que emitía hacia la femenina alucinación que un
ciudadano que pasaba por la calle junto a su casa, Rodrigo, le oyó y sintió
curiosidad.
-¡Anda, pero si esta es
la casa de Don Tomás Gomis! Y, que yo sepa, él vive solo.
Parece que le esté hablando a una mujer. ¡Y qué mujer debe de ser!
¡Imposible! Con lo feo que es, ¿qué mujer puede estar con él? ¿Se habrá vuelto
loco? ¡Voy a ver! Si es así, le voy a desmontar la vida, como él arruinó mi
negocio, ¡ese malnacido avariento!
Volvió día tras día, al
anochecer, y todas las veces oía las voces de Don Tomás enloquecido. Luego veía
que abría el balcón principal de la segunda planta y abrazaba y palpaba formas
invisibles y las invitaba, con el gesto de cogerlas de la mano, a entrar,
olvidándose de que, al no cerrar las puertas del ventanal, sus gemidos y
soliloquios se percibían nítidos en medio de la noche. Rodrigo barruntó que
debía de estar alucinando con mujeres. Y de ahí dedujo su plan.
Aprovechó el día para
entrar en la casa y atrabancar el cierre del balcón del dormitorio por dentro y
por fuera.
Por la noche, cuando ya
las sombras vencían a la claridad, contrató a una bailarina, joven, hermosa, de
pelo ondulado. La encaramó a un castillejo que situó a la altura del balcón y
esta comenzó a cimbrearse tan lujuriosamente que el anciano Tomás creyó que era
otra de sus amantes nocturnas y, arrojado de ardor, pues esta se veía más real,
a pesar de que sólo distinguía su silueta a través del pálido cortinaje, quiso
abrir la puerta para verla más de cerca.
Sin embargo, no pudo. Lo
intentó otra y otra vez, y a cada intento, más revuelto se agitaba su corazón.
Rodrigo contenía la risa allá abajo e indicaba a la bailarina que continuase
danzando.
Tomás el clavario se
volvió totalmente loco y en su desquiciamiento elucubró una forma de acercarse
a su bella visitante, que raramente no atravesaba tampoco ella, como las
anteriores, las demás veces, los muros de su habitación. Pero tan trastornado
estaba que no recayó en ese detalle. Únicamente hiló que si saltaba desde la
azotea caería en sus brazos; su amante iría a rescatarle y, como en una nube se
amarían, más salvajemente, no importaba que la luna o cualquier borracho no
excusara su pecado, en caso de ser visto.
Rodrigo intuyó el
propósito de Don Tomás, cuando vio la cabecilla y luego el cuerpo del viejo
asomarse y deslizarse por encima de la tremenda baranda del tejado. Tuvo tiempo
para esconderse debajo del castillejo y arrastrarlo, bailarina arriba, hasta el
final de la calle. Sin embargo, el avaro y lujurioso continuó viendo a la
femenina presencia en su imaginación y, una vez derecho en la cornisa, gritó
anunciando a su amada: “¡A tus brazos voy, amada mía, hija de la luna, beldad
de beldades!”. Y saltó, con tan mala fortuna que el cráneo fue a rompérsele en
la baranda del balcón y desde allí, su cuerpo ensangrentado, quedó en los
adoquines de la calle, para espectáculo y regocijo de todos, pues su vivienda
estaba situada en una calle principal.
Rodrigo y la bailarina
entraron raudos en la casa del muerto millonario y se llevaron los caudales,
que restituyeron los sueldos apandados por el lascivo prestamista a las
familias castellonenses en antaño.
FIN.
TAMBIÉN OS DEJO ESTE MICRORELATO
DE NUESTRO GRAN AMIGO VÍCTOR ALÓS YUS
UNA COPA DE VINO
Mi nariz se llena con el olor de un penetrante aroma a
viejo, a maderas nobles y lugares frescos y oscuros. La luz incide con suavidad
en el cristal inmaculado, solo teñido del oscuro color del vino tinto en la
parte inferior.
Al fijarme percibo una leve imperfección en el cristal. Una
burbuja traviesa que se coló sin miramientos cuando el artesano la sopló. No
importa, la perfección es aburrida, y su presencia no me resta ni un poco de
las ganas de tomar su fino tallo y llevarla a mis labios. Anticipo el ocre
sabor del vino, y cerrando los ojos, dejo que mis labios se llenen de su
intensidad.
Espero vuestros relatos y vuestros comentarios.
Me parece estupendo compartir relatos diversos de autores diferentes en algunos rincones que nos dejas en lo alto de tu colina porque así esto se convierte en un buen intercambio, en una especie de portal ameno, en un foro con nivel literario. Gracias.
ResponderEliminargracias princesa... me encantará que nos dejes tus letritas por aqui... qué placer
ResponderEliminarGracias a ti, y a los lectores, sin los cuales no seríamos felices.
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