lunes, 13 de abril de 2015

Caperucita Roja. Historias de caracoles, gladiadores…VI (Último acto)


Red despertó en la cama del hospital, sola. Sus muñecas  vendadas, sus brazos atados a la cama. Los sonidos de las máquinas que querían llenar su soledad impregnaban el silencio. Temía abrir sus ojos, no sabía si había conseguido acabar con su fantasía, no sabía si Lobo seguiría allí. Se volvió a quedar dormida.

 

Red despertó sobresaltada con el suave roce de las garras de Lobo en su alma. Abrió sus ojos y allí estaba él, más bello que nunca. En la transparencia de su imagen el brillo de sus colmillos parecía más amenazador que nunca. Red no quería verlo más y estaba segura de que él no la abandonaría. Ya no había coraza que la pudiera defender. Ya no había nada por lo que luchar

Cerró sus ojos y decidió no volverlos a abrir jamás.

 

Silencio y soledad

 

 

 

Fin

domingo, 12 de abril de 2015

Caperucita Roja. Historias de caracoles, gladiadores…V (El cazador)


Todo ocurrió de una forma precipitada. Red rasgó sus venas pensando que en ellas residía su fantasía. Su sangré empezó a teñir de rojo el decorado del salón de casa de Abuelita. En el mismo instante en el que Abuelita horrorizada tapaba sus ojos con sus manos cansadas, Lobo saltaba sobre Red para evitar que cortase las venas de su otra muñeca. Un sordo sonido puso silencio a tanto alboroto.

miércoles, 8 de abril de 2015

Caperucita Roja. IV (Abuelita)


Abuelita abrió la puerta y vio las orejas de Lobo apuntando al soleado cielo de primavera. Su corazón se aceleró ligeramente. No estaba para aquellas sorpresas tan inesperadas. Había abierto pensando que sería Red que le traía sus medicinas. Estaba ya tan mayor que apenas salía de casa. Pero no, Lobo con sus blancos y afilados dientes le esperaba al otro lado de la puerta.

Abuelita enfocó su cansada mirada a través de los cristales de sus gafas. No podía creer el impresionante parecido entre Lobo  y su amado marido ya fallecido hacía unos años. Fue este recuerdo el que animó a Abuelita a dejar entrar a Lobo en casa y compartir con él un té mientras esperaban a Red.

Lobo era amable y gentil, preparó un exquisito té que acompañó a los pasteles que traía para la visita. Mientras él preparaba todo, Abuelita observaba desde su mecedora. No negaremos que había mariposas revoloteando en el interior de su barriguita. Era una anciana todavía bella y sus ojos brillaban con el recuerdo de su esposo. O tal vez las mariposas eran fruto del miedo que inspiraba Lobo.

-No hay lobos buenos- dijo Abuelita sin darse cuenta de que hablaba en voz alta y no para sus adentros.

-Me parece curioso –respondió Lobo con un tono sereno en su voz- que todavía crea que las apariencias no pueden engañar.

Lobo sirvió el té y desenvolvió delicadamente la bandeja de pasteles

 

 

 

Red, entre convulsiones y temblores, dejó caer la cuchilla que, en su baile acuático, llegó al fondo metálico dela bañera. Gato siguió con su arduo trabajo de acicalarse y limpiar y colocar cada pelito de su cuerpo en su justo sitio. Red sacó las tijeras del primer cajón del mueble y con pulso firme comenzó a cortar su cabello. Mechón a mechón fue alfombrando la frialdad del suelo cerámico del baño. En pocos minutos su larga cabellera rojiza yacía sin vida rodeando la blanca piel de sus pies. Apenas se secó. Un poco de espuma para alborotar los cortos cabellos, un poco de maquillaje para disimular esas imperfecciones que los años dejan en la piel, un poco de rímel y lista. Se vistió a toda trisa con lo primero que encontró en el armario. Sus vaqueros de siempre, sus botas de siempre y su camisa de siempre. Entre sus pechos el amuleto que alguien le dio para preservarla de las caídas  fulminantes. Abotono uno más para que nadie lo viera. Se colocó su coraza y salió a la calle

 

 

Cuando Lobo abrió la puerta se encontró con una Red cambiada. Sus cabellos todavía húmedos  brillaban todavía bajo los rayos del sol. No se quitó sus gafas. Pero Lobo adivinó su sorpresa al encontrarlo allí, en casa de Abuelita. También percibió un ligero temblor en el cuerpo de Red. Tal vez ella pensó que era tarde, que Abuelita ya estaba muerta.

-       Pasa hija, pasa, se escuchó la voz trémula de Abuelita que llegaba desde el fondo de la casa.

Red dejó su capa en el perchero de la entrada y camino con paso firme delante de Lobo. No se quitó su coraza. Lobo observaba el caminar de aquella mujer que tanto amaba, que tanto deseaba. Red levantó sus gafas de sol para besar a Abuelita y sus ojos iluminaros la estancia. Lobo brilló bajo esa luz.

-       Ves, hija- dijo Abuelita- nada es lo que parece

Pero red, sin pestañear, metió la mano en el bolsillo de su vaquero y sacó la cuchilla. Había tomado la determinación de llegar hasta el fondo de la realidad de Lobo, de su propia realidad. Levantó su mano izquierda mostrando sus propias venas y posó con firmeza la cuchilla sobre ellas.

 

Silencio

lunes, 6 de abril de 2015

Caperucita Roja. III (Pero mamá me dijo)


Red cogió la cuchilla.

Mamá siempre le aconsejó que no hablase con desconocidos, que no se desviase del sendero, pero mamá nunca le habló de los Lobos, ni de los buenos, ni de los malos.

Había tantos y tan distintos que apenas se sentía capaz de clasificarlos y definirlos con detalle. Pero qué había de realidad en cada uno de ellos. ¿Era real el que le habló de sueños que ella hacía suyos o simplemente esperaba el momento oportuno para saltar sobre ella y convertirla en un bello cadáver? ¿Era fruto de su imaginación aquel Lobo que juró que estaría con ella hasta que la muerte los separase o era él mismo la propia muerte que acechaba cada noche entre las sábanas?

Y Lobo, qué había de realidad y qué de fantasía en él. La mano que sujetaba la cuchilla empezó a temblar, la desnudez de su piel se erizó. Red había decidido llegar hasta el fondo. Había tomado la decisión de desenmascarar la verdadera personalidad de Lobo. Estaba decidida a asesinar a su propia fantasía.

Entre temblores que se convertían en convulsiones Red levantó su mano derecha. La cuchilla de afeitar brilló. Gato la observó con su lengua pegada a las almohadillas de su pata derecha. En la mente de Red la voz de mamá repetía sus avisos de peligro si elegía un camino equivocado…

“Cuéntame cómo te ha ido

en tu viajar por ese mundo de amor,

volverás dije aquel día,

nada tenía y te fuiste de mi”.

 

Silencio

jueves, 2 de abril de 2015

Caperucita Roja II (Lobos)


La suavidad del pelaje de Lobo acompañaba a Red. Brillante, tupido, invitándola a dejarse envolver por sus garras. Red sabía que Lobo era producto de su fantasía, cómo lo fueron los otros. Imaginación, fantasía, esa parte tan activa en la vida de Red. Pero Lobo fue especial. Lobo se atrevió a lamerle el alma. Un lengüetazo disfrazado de caricia que casi, casi consiguió disolver su alma.

Lobo era perfecto, lo recordaba entre la neblina y el sueño de su fantasía. Lobo ya no estaba. Lobo era bello, con grandes ojos transmisores de amor, con grandes orejas, receptáculos de los lamentos y tristezas de Red. Los dientes de Lobo eran blancos, ordenados y limpios, siempre limpios, hasta después de desgarrar el alma de alguna de sus presas. Y sus versos… los versos… El alma de Red suspiraba por aquellos versos que ya no volverían. Aquellos versos que antes fueron de otras. Ahora quien sabe que musa llevaba de la mano a Lobo. Lobo ya no estaba.

“…Háblame de los que has encontrado

en tu largo caminar…”

Pero hubo más Lobos, cada uno distinto. Red los amó, se fundíó en ellos pensando que eran príncipes azules, hasta que siempre, siempre acababa descubriendo las garras mortíferas, los colmillos dispuestos a desgarrar su fina piel, a arrancar sus sueños, a robar su corazón, a engullir su alma.

Los rostros de sus Lobos desfilaron en espiral frente al tercer ojo de Red. Con su piel desnuda y descubierta de espuma y con Gato como único espectador, Red se sacudió asustada ante la ferocidad de la mirada de Lobo. Era una atracción que la arrastraba directa a sus afilados dientes. Lobo era el único. Abrió sus ojos con espanto y se sentó con brusquedad provocando un oleaje que arrastró a Gato a la odiosa humedad del baño.

Gato saltó fuera del agua con un bufido que demostraba su enfado y sorpresa. Mojado estaba horrible. Red, en pie en el centro de la bañera, se volvió hacia el espejo y en silencio enfrentó la visión de su cuerpo desnudo, de su alma desnuda.

Silencio