domingo, 5 de agosto de 2012

DESCONOCIDA


          Ella era nueva en el grupo, Javier estaba seguro de que  no la conocía. Era una de las muchas amigas de Manuel. Lucía un bonito vestido de pequeñas flores en tonos malva, con unos finos tirantes de cuero del mismo color, que descansaban sobre sus redondeados hombros. El vestido ajustado y no demasiado largo, poco dejaba a la imaginación del espectador. Se fueron sentando alrededor de la mesa a medida que  iban llegando de tal forma que Marta quedó (así se llamaba la desconocida) junto a su acompañante Manuel, orgulloso de lucir una mujer tan espectacular. La joven solo parecía tener ojos para su pareja que, en mientras charlaba animadamente, se ocupaba de presentarla a todos los asistentes a la cena. No en balde era su fiesta de cumpleaños y el anfitrión de la misma.

El cabello de Marta era de estilo muy masculino sin perder por ello su sensualidad. Sus ojos verdes, con una profunda mirada, parecían estar escudriñándolo siempre todo, sin perderse detalle de lo que pasaba a su alrededor. Su sonrisa era tímida, con unos labios bien dibujados que encerraban una boca sugerente.  EL escote insinuaba unos senos voluptuosos, perfectos, tal vez demasiado perfectos. Y sus caderas… Javier, sentado frente a Marta, se dio cuenta de que la estaba desnudando con la mirada. Eso no estaba bien. Era evidente que llevaba demasiado tiempo sin pareja. Sin pareja y sin nadie que le alegrara alguna de sus noches solitarias. Pero esto no era escusa. Marta era la acompañante de su amigo Manuel, el anfitrión y además en esta ocasión Javier no había venido solo. Le acompañaba Argentina, aquella chica que tanto se preocupaba por él desde que se separó de Verónica.

Una vez estuvieron todos sentados comenzó la cena. Argentina inició una conversación con Manuel, que se encontraba sentado frente a ella, y con Marta, mientras Javier seguía absorto mirando y escuchando a aquella mujer de la que no podía despegar sus ojos. En algún momento Argentina le preguntó algo a lo que sólo acertó a responder con algún monosílabo.

            -¿Te encuentras bien Javier? – susurró poco después Argentina a su oído.

            -Claro que sí –respondió nervioso apartando la mirada de la mujer que tenía sentada enfrente.

            Sin saber muy bien cómo, de pronto Javier se enconó los ojos de Marta clavados en los suyos. Bajó la vista, sorprendido ante la insistencia de su mirada. La verdad es que él se sentía más bien intimidado por esa mujer. Cualquier situación en la que se viera implicado con el género opuesto ponía en marcha su mecanismo de alarma. Con nerviosismo y disimulo cogió la servilleta y se limpió la comisura de los labios…¿y si lo que ocurría era que Marta miraba su rostro manchado? Pero ella no desvió la mirada ni un solo segundo, igual que Argentina no cesaba su charla ni un instante. Intentó apartar a Marta de su mente y de su punto de mira. Cosa difícil.

Hacia unas pocas semanas que Verónica  y Javier habían decidido dar ese paso que tan claro tenían ambos y separarse. Hoy, un par de meses después, asistía a su primer acto social como hombre separado y con el cartelito de disponible parpadeando sobre su cabeza. Había pasado tanto tiempo que ya no recordaba cómo se sentía cuando una mujer lo miraba así, de frente. Y es que Javier estaba a punto de descubrir que Marta era mucha mujer.

            La cena empezó con unos deliciosos entrantes de la más depurada cocina de autor. Unas brochetas de langostinos en tempura con cebolla caramelizada fue lo primero que probaron. La sensualidad con la que marta cogía la brocheta  hizo que la imaginación de Javier volara. Sin dejar de mirar fijamente a sus ojos Marta con delicadeza capturaba la primera porción de la rosada carne, con apenas el filo de sus dientes y con un ligero roce de sus carnosos labios. El barrido de las pestañas de aquella mujer al saborear la presa que acababa de atrapar consiguió hacer dudar a Javier. Ya no sabía si eran imaginaciones suyas, pero de lo que sí estaba muy seguro era del efecto que estaba consiguiendo en su cuerpo aquella visión. Una ligera erección empezó a hacer que su miembro presionara contra la cremallera del vaquero, acrecentando más su nerviosismo. No podía dejar de mirarla, no podía dejar de fantasear con lo que veía. Su mente parecía estar enredada con la visión de aquella mujer, no podía deshacer la madeja tejida con las fantasías que iban surgiendo en sus pensamientos. Era preciso que sus amigos no se diesen cuenta de su estado. Pero por otra parte no entendía como nadie se había fijado en la forma en la que Marta se le estaba insinuando. Ni siquiera Manuel se enteraba de nada y seguía en animada charla con Argentina

Al ver como Marta paladeaba el vino con sus ojos entornados un torbellino de imágenes cargadas de alto contenido sexual asaltaron la mente de Javier. Como esa publicidad subliminal, que se cuela en una batería de anuncios y nos obliga a salir corriendo al frigorífico para tomar un refresco. En ese momento estuvo seguro de que  no lo podía soportar más, por lo que se disculpó y fue al baño. Permaneció unos instantes mirando su reflejo en el espejo. Lo cierto era que los años habían hecho mella en él. Las pequeñas arrugas de expresión se agolpaban alrededor de sus ojos. Alguna cana se asomaba a la oscuridad de su cabello pero su cuerpo continuaba estando musculado gracias a la práctica regular de deporte.  Se refrescó el rostro y la cara interior de las muñecas. Pero esto no era suficiente para calmar su ánimo ya que seguía notando la presión bajo su cremallera. Apurado por la situación valoró las opciones y no creyó oportuno demorarse más. Esperando que nadie reparara en él, abrió la puerta del baño con intención de incorporarse otra vez a la animada cena. Pero no lo consiguió. Su sorpresa fue encontrar allí a Marta que con decisión le empujó hacia el interior del baño y cerró la puerta tras ella.

No es posible, pensó Javier. Pero sí lo era. Los jugosos labios de Marta se acoplaron a los suyos haciendo que sus lenguas se enlazaran en un baile sensual. El perfume sofisticado de ella invadió su pituitaria de macho b haciendo fluir una corriente eléctrica desde el interior de su estomago que irradiaba por todo su cuerpo que permanecía pegado al de Marta. Ella percibía el sexo inflamado de Javier contra su pubis, sus pechos clavados en el pecho de él. Javier se sintió desbordado por la sorpresa pero se abandonó la sensación que se apoderaba de su interior. El deseo.

Las manos de Marta buscaban las nalgas de su compañero de mesa mientras éste caía en un torbellino de pensamientos y preguntas que no podía formular, hasta que consiguió abrir sus ojos y la vio. Ella, esa diosa escultural que se le había estado insinuando durante toda la cena, ahora estaba fundida en su boca, pegada a su cuerpo, envolviendo su culo con esas manos que parecían cientos de tentáculos de una manada de medusas transparentes. Esta visión fue el detonante que hizo despertar a Javier. Sus cuerpos amenazaban con ser uno sólo. Sus manos ávidas de piel y de sexo jugaron a su vez con las nalgas fuertes de la chica para detenerse después en su cintura.

Con firmeza la separó de su cuerpo para contemplarla con un poco de perspectiva. Una silueta terriblemente femenina que prometía cumplir con las míticas medidas noventa – ochenta - noventa. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo. No la conocía de nada. Era la primera vez que se veían y se estaban dando el lote en el baño de Manuel. Su amigo, el acompañante de esta diosa, el anfitrión de esta velada. Y lo cierto es que la deseaba, que el deseo se aferraba a su sexo presionando desde el interior, pidiendo escapar como una fiera encerrada en su jaula.

Unos segundos después, Marta colocó sus manos tras el cuello de Javier y tiró de él para aproximar otra vez sus rostros. Javier ya era otro hombre, era el hombre de antaño. Besó con ímpetu la boca de Marta, paseó su lengua delicadamente por la comisura de sus labios notando como ella parecía acelerar ligeramente su respiración. Mordió  y comprobó como ella lanzaba un ligero gemido como respuesta. Marta notó como se le erizaba la piel de la espalda al sentir como su compañero hacía deslizar un tirante del vestido. La mano de Javier se entretuvo en su desnudo hombro. Empezó después el descenso por su brazo mientras sus labios se despegaban de su boca y comenzaban a sembrar de pequeños besos su cuello desplazándose por él ayudado de su lengua… lamiendo, besando, humedeciendo todo el camino. Subiendo, bajando, explorando su axila, su pecho.

Javier se encontró con los pechos desnudos de Marta. Redondos, coronados por dos pezones erectos, deliciosos. Tenía la urgente necesidad de probarlos pero antes deseaba entretenerse con sus manos. Con suavidad los encajó en ellos, los cubrió sintiendo toda la voluptuosidad de los senos de esta diosa, la suavidad de su piel. Bajó sus manos para coger las de Marta y colocarlas a su vez en los pechos, incitándola a que fuera ella la que se los ofreciera. Así lo hizo Marta, los rodeó por los lados juntándolos y arqueando ligeramente su espalda hacia atrás, le ofreció a su amante el delicioso manjar que él esperaba. Al sentir el aliento de Javier en uno de sus pezones, erecto, acurrucado esperando el envite de la lengua, sintió el primer temblor que le llevó a retroceder. Un solo paso que la aproximó a la fría pared alicatada del baño. Allí se sintió atrapada entre el frio de su espalda y el calor que irradiaba su amante frente a ella. El contacto de los fríos azulejos todavía erizo más la piel de su cuerpo al tiempo que endureció más esos pezones que ya se encontraban prisioneros de su amante. Uno entre sus labios, entre sus dientes que lo mordisqueaban haciéndole ronronear como una gata en celo. El otro entre las yemas de sus dedos que pellizcaban y tiraban de él una y otra vez acrecentando el placer que empezaba a humedecer su sexo.

Javier sintió calor, un calor sofocante aumentado por la temperatura que iba subiendo desde el interior de su cuerpo. Su piel empezaba a humedecerse y decidió quitarse la camiseta dejando al descubierto su torso. Ahora fue Marta la que mantuvo la distancia. Desnuda hasta la cintura donde se había quedado prendido su vestido, con sus desnudos pechos apuntando hacia el cuerpo de su partenaire, parecía la más hermosa Venus griega que jamás hubiese podido imaginar. Miraba el pecho de Javier, sus hombros, sus abdominales bien definidos. Alargó una mano para  dibujarlos con su dedo haciéndole estremecer. Presionó un poco más contra la piel de Javier de manera que la caricia de su dedo se convirtió en un arañazo de su afilada uña, una caricia felina que se aferró ahora con ambas manos a los costados de aquel hombre que tanto la atraía. Le clavó las uñas. Su rostro de hundió en el pecho de su desconcertado amigo sintiendo el perfume masculino que la embriagaba y la empujaba a lamer esa piel desconocida, a morder esos pezones que esperaban el contacto de su boca, de sus dedos.

Javier hizo deslizar el vestido de Marta hasta que quedó en el suelo rodeando sus pies calzados sobre vertiginosas sandalias de tiras rojas. Con precipitados movimientos bajó las bragas de Marta. Un latigazo de placer recorrió su cuerpo al  observar pausadamente la desnudez objeto de su  deseo. Una preciosa piel bronceada carente de marcas blancas. Unos ojos verdes que le miraban desde la profundidad del deseo. Unas manos que se aproximaban a su cintura para, en segundos, desprenderle también a él de la ropa que todavía protegía su sexo.

Como una bandera plantada en la conquista de una isla desierta su miembro se irguió con toda su longitud y bajo la mirada estupefacta de Marta. Son ciertos los rumores sobre el tamaño del  sexo de Javier, pensó Marta conteniendo una sonrisa. Nunca había visto nada igual. Como hipnotizada se puso en cuclillas frente al falo que parecía llamarla con pequeños movimientos compulsivos. Lo rodeó con sus manos y depositó la punta de su lengua en el prepucio. Javier gimió. Recorrió toda su longitud, lamiendo la brillante piel, mientras con una mano abarcó los testículos. Los amasó, los aprisionó ligeramente mientras él se sentía transportado a la cima más alta del placer. El sudor ya empezaba a correr por la espalda de Javier, el aire era agobiante, la respiración agitada, ruidosa, mezclada con susurros incomprensibles, con los latidos de su corazón que acelerados martilleaban en la sien.

Al abrir los ojos la imagen que se encontró bien podría llegar desde una cámara de cine filmando plano cenital, tras la que se encontrara él fisgoneando una escena de sexo. Su miembro desaparecía en el interior de la boca de la mujer para luego volver a emerger brillante sonrosado. En algunos momentos la lengua de Marta jugaba con la zona más sensible haciendo que su vista casi se nublara por el placer. Consiguió arrancar su voluntad de la presa del placer para hacer subir la boca de su amante hasta la suya y saborear su propio sexo entre los labios de ella mientras su  miembro latía furioso reclamando más deliciosas atenciones.

Pero era momento de hacerlo esperar, de hacer volar a su amante. La cogió de las muñecas inmovilizándolas contra la pared enlosada, dejando todo el cuerpo de Marta abierto para él. Así, con ella bien sujeta, empezó a lamerla. Sus labios, sus mejillas, sus orejas, su cuello, su pecho, su vientre. Liberó las manos de la chica y se concentró en su pubis. Su lengua buscó entre el vello hasta alcanzar la humedad de la carne cálida. Un dedo avanzó por la maraña oscura y con avidez localizó el compacto clítoris ardiente, inflamado, vibrante y con rítmicos movimientos empezó a estimularlo al tiempo que su lengua no paraba de investigar. Mientras la otra mano aferraba sus glúteos y atraía el cuerpo de Marta  con fuerza hacia si.

Marta gemía, casi gritaba por lo que Javier tuvo que acudir en su auxilio y dejar los juegos de su lengua pata cerrar aquella estupenda boca y aplacar los excitantes gemidos. Con los labios sellados por los de su amante prosiguió con el juego de sus dedos con el sexo. Haciéndoles volar desde el clítoris donde se entretenían en pequeños golpecitos, hasta la entrada de la vagina húmeda, cálida, confortable. Volviendo a planear por el monte de venus para decidirse a entrar en el interior de su sexo que palpitante, aprisionaba su dedo juguetón, aferraba el segundo dedo que se unía al primero, oprimía los tres dedos que se divertían escondiéndose en su interior para luego volver a salir rítmicamente.

Completamente empapada y al borde del éxtasis Marta logró separar sus labios de los de Javier y prácticamente le suplicó que la poseyera. Éste no se demoró en complacerla y con decisión cambió sus dedos por su sexo. Lo introdujo en el de ella mientras se sostenían las miradas. Centímetro a centímetro se fue perdiendo en la humedad de su interior, empapándose de los fluidos que la inundaban. Empujó la primera vez con precisión, arrancándole un gemido a su amante. Con un poco más de fuerza la segunda vez haciéndola reprimir un pequeño grito de placer. Javier acudió una vez más a callar los labios de Marta con los suyos  y ya sin pausa adquirió el ritmo necesario para atravesar la barrera del sonido en  el vuelo que les llevó a la cumbre del placer. Ambos gozaron del sexo salvaje, de la pasión prohibida, del peligro de ser sorprendidos en aquella situación difícil de explicar. Solo escuchaban el pulso de sus corazones, la respiración agitada, la fricción del roce de sus sexos con el ritmo acompasado con la música que llegaba del salón. Llegó el éxtasis envuelto en una sinfonía de gemidos, suspiros, contracciones involuntarias de sus músculos, aromas de sexo y sudor que envolvían toda la estancia. 

Sin un minuto de descanso para dedicarse las atenciones que él deseaba, cargadas de cariño y ternura, Marta se duchó con rapidez, cuidando de no estropear su peinado, y se vistió. Se retocó el maquillaje, se arregló el cabello y se volvió para mirarle, de frente. Por primera vez se dirigió a él.

-La realidad ha superado los rumores. Ha sido un placer Javier -le susurró a su oído mientras depositaba un dulce  beso en su ruborizada mejilla.

Y salió del baño dejando a su compañero de juegos estupefacto.

miércoles, 1 de agosto de 2012

LA BODA

Por fin estábamos frente al altar. Después de casi diez años de noviazgo Javier y yo habíamos decidido dar el paso. Ya no nos quedaban excusas para retrasar nuestra boda y éste era el día, éste era el momento. Mis nervios crecieron cuando recibí la llamada del oficiante de la ceremonia comunicándonos que no podía asistir por una causa grave, por lo que iría alguien a sustituirlo.

Mis padres no veían el momento de ver a su hija casada con Javier. Con Javier o con quien fuera. Con treinta y cinco años cumplidos todavía estaba viviendo en su casa, a la sopa boba, y la verdad es que su amor de padres era evidente que estaba tocando a su fin.

Lo primero que percibimos fue el sonido de una motocicleta de gran cilindrada subiendo la interminable cuesta de la ermita. Giró la curva que desembocaba en la explanada del parquin del restaurant y apareció la Harley Davidson de un precioso color rojo combinado con detalles crema y plata. Después de parar el motor se apeó con agilidad. Vestía un traje chaqueta de raya diplomática sobre fondo marengo. Al quitarse el casco una larga melera de color fuego se derramó por su espalda. Esta mujer sería la oficiante de nuestra boda. Se nos aproximó mientras se quitaba las gafas de sol, descubriendo unos ojos verdes perfectamente maquillados aunque con discreción para la ocasión. 

-Lamento el retraso, -se disculpó dirigiéndose a Javier y a mí-  Soy Beatriz Quiroga. –Aclaró manteniéndome la mirada.

Aquí me desconecté de mi entorno. Beatriz era mi ángel, el ángel que me había abierto los ojos. Había llegado para rescatarme de cometer el error de mi vida. Me sentía hipnotizada mirando a esta mujer. Sus ojos, sus labios carnosos y suaves, sus firmes pechos que asomaban por la inmaculada camisa un poco desabotonada. Todo lo demás dejó de existir, mientras el tiempo no dejaba de correr.

-Y tú, Mariela, ¿quieres por esposo a Javier?

Seguía paralizada, mientras todos esperaban mi respuesta. Mi cuerpo vibraba en mi interior y me sentía atraída salvajemente por Beatriz. No me podía creer lo que me estaba ocurriendo. Esto era lo que llamaban amor a primera vista… estaba segura de ello. Beatriz era la mujer de mi vida. No podía seguir con la farsa en la que me encontraba metida.

Javier me dio un codazo disimulado que me hizo reaccionar.

-No, -dije serenamente- no quiero a Javier por esposo. Ni a Javier ni a ningún otro hombre.

Reacción en cadena; silencio absoluto, desmayos de madres, mis amigas íntimas empezaron cuchichear a mis espaldas, Javier cayó sentado en la silla que, por suerte, tenía detrás. De los padres mejor no hablar.

Lancé el ramo de novia hacia atrás, sin girarme, mientras Beatriz me hacía un guiño, cerrando el libro de ceremonias y acercándose a mi.

-¿Te llevo a algún sitio?, Mariela. –Me preguntó rozando con sus labios de terciopelo el lóbulo de mi oreja.

-¿Tu qué crees? –le respondí.

Antes de montarnos en la Harley, nos fundimos en un primer beso largo y húmedo dejando a los asistentes perplejos y salimos con nuestros corazones unidos para siempre.

Aquella mañana de agosto comprendí muchas cosas que a mis treinta y cinco años no había tenido oportunidad de entender.