Se fue revoloteando al atardecer,
en silencio, sin prisas, con elegancia, tal y como llegó diez años atrás. Me
quedé sentada en el acantilado, en la misma roca en la que me besó por primera
vez. Silencio rasgado por el vuelo de las golondrinas. Mis pies colgando en el
vacío, en el hueco de mí alma… ¿y si
pudiera volar?
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