viernes, 26 de julio de 2013

Mi tesoro

Entró en el despacho saltándose todos los protocolos. Qué sabría él de lo que eran las normas y los tiempos. El mismo pequeño de la foto que andaba despistado, con esos ojillos que miraban todo desde la lejanía de la falta de comprensión. Luego llegó su-nuestro turno. Realmente era un bebé.

Hoy hace cinco maravillosos años desde aquella mañana en la que te estreché entre mis brazos por primera vez. Cuánto hemos aprendido desde entonces, hasta sabemos ser NOSOTROS.

jueves, 25 de julio de 2013

Mi bandera




Una vez más avanzo una hoja en mi calendario. 17 de mayo del 2013. Es el día. Llega el tiempo de cosechar frutos, vástagos de nuestro esfuerzo. Que bien que supe esperar y que durante el tiempo de  trabajo nunca olvidé lo importantes que son los ingresos positivos. Esos ingresos que enriquecen nuestra alma, mi alma. Y mientras seguía firme en mis principios, mientras la paciencia se iba consumiendo, nunca dejé de esforzarme por dar lo mejor de mí. Mi trabajo, mis relaciones. Para mi  familia, para los amigos, de esos, de los de verdad, de los que cuentan, los que suman y se suman. Siempre cuidando todo lo mejor que en cada momento puedo, tengo, sé.

Y dónde está mi bandera… ondeando, claro, como iba a ser si no. Durante mi camino la llevo en alto, danzando con la brisa, con el viento. Algunas veces azotada por la tormenta, el huracán. Es mi bandera de humildad. Esa que llevo mientras camino erguida, con la cabeza alta, sin dejarme aplastar por los que me miran desde lo alto, desde arriba… tan alto, tan lejos.

Desde mi lugar, pequeñita, humilde y serena sonrió al mundo y aprendo a ser feliz con lo que soy, con el trabajo bien hecho, con los ingresos positivos que enriquecen mi alma, mi ser.

Y tú, ¿perdiste tu bandera?

miércoles, 24 de julio de 2013

Los amantes distantes II


Como cada noche llegó puntual a su trabajo. Faltaban pocos minutos para que su reloj de pulsera marcara las diez. La centralita del hotel le esperaba para pasar la velada pegada el teléfono y a las comunicaciones internas de los clientes que solicitaban algún servicio. El empleado del turno de la tarde le hizo un breve resumen de cómo había ido la jornada. El calor era insoportable, incluso para la fecha en la que se encontraban, un cinco de agosto del tórrido verano del 2012. Santiago se despidió de Isis cuando terminó de relatarle las excentricidades del cliente de la 213, el nerviosismo de la anciana de la 401 y lo activo que había estado el teléfono durante toda la tarde. Los rezagados en reservar sus vacaciones se empeñaban en conseguir la mejor oferta para su estancia en el hotel. A estas alturas…

Isis dejó su bolsa en el armario, sacó su móvil en el que comenzó a seleccionar  la música que le acompañaría aquella noche en el Spotify. Conectó los pequeños altavoces al móvil y comenzó a sonar el ritmo sensual de Ashford & Simpson. Luego cogió el termo decorado con vivos colores y se sirvió su té favorito. El aroma a especias, menta y jengibre inundó la recepción. De pie, frente a la ventana desde la que tenía esas fantásticas vistas del jardín y la piscina, fue paladeando los primeros sorbos del exótico te. Su mirada se perdía en el horizonte lejano. Una línea definida que parecía querer ocultarse bajo las olas, tras la noche que ya estaba por cerrarse sobre el mar. Aquel era su día. Isis sabía que las primeras horas de trabajo de cualquier noche de verano eran agitadas. Ella también sabía que cuando llegaran las seis de la madrugada, todo parecía adormilarse, los clientes, el mar, el mismo hotel. Y cuando esa noche de verano era la del cinco de agosto, todo volvía a ocurrir. Se sentía nerviosa, impaciente, deseosa de que llegara la hora.

Todo transcurría con normalidad. A las doce cesaron las llamadas de los posibles clientes y los que ya estaban alojados en el hotel empezaron a regresar en cuentagotas, de sus cenas. Un tráfico de saludos, números de habitación, llaves, deseos de buenas noches y sonrisas correctas, fluía entre Isis y los clientes.  A la una el cliente de la 213 llamó para pedir que le subieran una botella de Bombay Sapphire y mucho hielo. Isis le pasó la pelota  a sus compañeros encargados del bar.  A partir de las tres, regresaban al nido los más marchosos, sonrientes, escandalosos. Cuando faltaban tan solo cinco minutos para que llegara su hora, quedaban dos llaves en el casillero de las habitaciones. 106 y 469 Isis fantaseaba sobre la que sería la elegida aquel año.

A las seis en punto traspasé, por segunda vez ese día, las puertas del hotel. Había llegado esa misma tarde y Santi, como cada año, me había tomado los datos y asignado habitación. Con mi mejor sonrisa tendí la mano hacia Isis, ella se volvió a mirar las llaves que estaban esperando en los casilleros. Sin dudarlo, cogió la correcta y me la tedió. La 469 era la mejor del hotel, con terraza privada, jacuzzy, sauna y una cama de tamaño especial. Me despedí con un guiño y acentuando mi sonrisa cargada de misterio. Ya en el ascensor  le mandé el primer Whatsap. Le confesé lo bella que la había encontrado y las ganas que tenía de verla. Había pasado un año desde la última vez. Seguíamos manteniendo nuestra cita anual.  Isis leyó el primer mensaje y su corazón comenzó a latir de una forma descontrolada. No me contestó.

Me fui desnudando mientras cruzaba el dormitorio de camino a la ducha. La lluvia helada me despejó. No necesité más de cinco minutos para estar listo. Me senté en la terraza para continuar el juego. No me había llegado respuesta. Era lo que esperaba, eso me excitaba más. Fui mandando, uno tras otro, aquellos mensajes que irían encendiendo a Isis, también a mí. Mis dedos se deslizaban por las teclas al tiempo que ella los recibía recorriendo su cuello, bajando entre sus pechos. Mis palabras entraban por sus ojos mientras mis manos  se aferraban a sus caderas, mi lengua recorría su sexo. Ella me iba respondiendo con agitada calma desde la silenciosa pantalla. Acompañando el viaje de mis manos, mi lengua y mis labios, estaban sus propias manos y dedos que recorrían su cuerpo, cada rincón, cada pliegue, cada línea de aquel mapa que tan bien conocíamos los dos. Mi sexo latía ante sus deseos lanzados desde la punta de sus dedos. Mis manos se movían rítmicamente a las órdenes de sus palabras silenciosas. Imaginarla escondida tras el mostrador, protegida por la calma de las horas y la oscuridad de la noche, gimiendo mientras exploraba su cuerpo dirigida por mí lujuria, entregada a mis órdenes, me volvía loco de deseo. Así fue pasando el tiempo que nos aproximaba a la hora de salida de Isis

El whatsap enmudeció. Miré el reloj, eran las siete. Tres minutos me sobraron para encender las velas que iluminarían nuestro escenario para el encuentro tan deseado. Cuando acabé de encender la última vela, los nudillos de Isis golpearon mi puerta. Presioné el play para hacer sonar la melodía de Lhasa de Sela. La voz, melancólica y excitante a la vez, desgranaba la letra de aquella canción que tanto nos evocaba a los dos. “De cara a la pared” nos llevó por una ciudad en llamas, en la que nos amamos con pasión. Nos condujo, casi sin respirar, por sueños de amor y sexo, bajo la luna de agosto. 

Extasiados quedamos tendidos en la cama de la terraza. Los primeros rayos de sol empezaban a cruzar el cielo. Seguíamos en silencio cuando Isis se levantó y entró en el dormitorio. Yo no sentía fuerzas para seguirla. El sonido de mi teléfono anunció la llegada de un nuevo whats. Era ella. Cinco letras para comunicar lo que nuestros labios no se atrevían a pronunciar, lo que Lhasa nos susurraba con melancolía. “Te amo”. Había llegado el momento de separarnos hasta nuestra próxima cita. Hasta entonces seguiríamos avivando el fuego de nuestra pasión desde el silencio hablando, seduciendo, amando desde la punta de nuestros dedos.

Los amantes distantes


Cuando cerró sus ventanas, llegaron las palabras soñadoras de sueños.

Qué no haría él para mantener sus versos abiertos.

 





 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

martes, 23 de julio de 2013

Estados del alma


 
Los estados del alma se alternan, mecidos  por las olas.
La risa se aprieta con las lágrimas, las derramadas y las escondidas tras el escozor de los párpados cerrados. Alegría empañada por pequeños grandes tropiezos.
La tristeza se deja abrazar, y mecida por la ilusión se adormece entre los brazos de aquel sueño que fue y...
El mar, la luna, el cielo estrellado, la libertad de ser y descubrir dónde termina la realidad, mi realidad.
¿Dónde comienza el sueño? ¿Soñamos?... Soñemos

lunes, 22 de julio de 2013

Maruja se libera


Era la hora de dar de comer a sus gatos. Maruja tenía quince felinos peludos y amorosos que vivían con ella  y su marido. La casa unifamiliar se encontraba en las afueras del pueblo. Un lugar tranquilo. Allí, en la terraza que daba a la cocina, a cubierto, habían instalado quince camitas para gato, varios artilugios para que jugasen, así como  innumerables recipientes para servirles la comida. El agua para los mininos la tenía resuelta con la pequeña fuente del jardín. Calentó el espléndido guiso en el microondas. Clinc, listo. Al abrir la puerta del horno, el aroma dulzón de la carne con verduras y arroz invadió la cocina. Hasta pensó que le apetecía probarlo. Distribuyó el manjar en los platos. Tenía que ir  apartando a los animales para que le dejaran terminar su tarea. Cuando estuvo listo el último plato, los gatos que comían en el primero ya habían terminado y se habían acomodado en la zona de descanso, al sol, para acicalarse.

            El sonido metálico del timbre de la puerta le sobresaltó ligeramente. Acompañada por las vibraciones de la llamada, llegó al zaguán. Un chico de la empresa de mensajería le saludó tras su sonrisa. Había llegado lo que le faltaba para poder terminar su trabajo. El joven, con amabilidad, le ayudó a colocar la máquina para retractilar junto al banco de la espaciosa cocina. Se quedó sola mirando el aparato. Una maravilla para envasar al vacío. Tantos años haciendo las matanzas en el pueblo y nunca había tenido una de estas máquinas. Podría haber conservado mejor todos los manjares que se obtenían de un cerdo bien alimentado.

La mañana siguiente la ocupó preparando las cajas. Primero cerró herméticamente cada una de las bolsas. Luego las fue distribuyendo cuidadosamente en las cajas, para terminar envolviendo las mismas con el papel de embalar. Los paquetes se acumulaban apilados en perfecto orden. Tardó un par de días en tenerlo todo preparado. Durante este tiempo, apenas salió de casa. Concentró sus energías en la tarea que tenía entre manos. Cuando necesitaba descansar del trabajo más pesado,  navegaba por internet, como le había enseñado su nieta,  recopilando las direcciones de los envíos.

Ya estaba todo listo. Aquella mañana, salió temprano, con su vistosa mochila repleta de cajas y colgada a su espalda. Maruja cruzó la calle sin apenas mirar a los lados. Tuvo la suerte, de no cruzarse en el camino de ningún vehículo que truncara su vida.  Sus pasos ágiles, la condujeron hasta la estación de tren. Era tan pronto, que pudo coger el primer tren que salió con dirección al pueblo que se encontraba más lejano del suyo, todavía dentro de la provincia. Maruja no se percató, nerviosa como andaba, de que Paco, aquel novio que tuvo de joven, la observaba desde el interior de su vehículo, detenido en el semáforo. Entró en la estación. Se acomodó en el primer vagón, dispuesta a descansar el tiempo que durara el trayecto. La mochila quedó en el asiento contiguo. Realmente era llamativa, pero pensó que había sido una acertada elección. Isis, su nieta, la utilizaba hacía unos años para traer sus muñecas y sus tesoros cuando venía a pasar el fin de semana con ellos. Ahora ya estaban muy mayores y venían poco a visitarles. Así, sin darse cuenta, sumida como estaba en sus pensamientos, llegó a su destino. Encontró la oficina de correos en un santiamén y realizó los envíos. Dos a Canadá, tres a Chile. Otro par a dos puntos distintos de Australia y los último cuatro paquetes que llevaba en su mochila los remitió a la extensa Rusia. Volvió a coger el tren de vuelta a casa. Había resultado fácil. Por el momento no había encontrado complicaciones. Lo que todavía le sorprendía era lo de internet, navegar, como le decía su nieta. Allí estaba todo, hasta lo más insospechado que alguien deseara saber.

Paco había decidido esperar el regreso de Maruja. Se quedó en el aparcamiento de la estación, en ese lugar en el que tenía una clara visión de la única puerta de acceso. Ya habían pasado más de tres horas desde que ella entró en el recinto. Paco no había bajado del coche por lo que tenía las piernas doloridas. La artrosis le estaba matando. Eran muchos los años que llevaba a su espalda. Recordaba cuando fue novio de Maruja. Qué jóvenes eran entonces, qué belleza tenía aquella mujer, qué luz interior fluía por cada poro de su piel. Luego, una jugarreta del destino truncó aquellos días tan felices. Miguel se cruzó en la vida de Maruja y  ella se enamoró perdidamente de aquel hombre. Nunca llegó a entender que vio ella en él. Paco intuía que Miguel  la maltrataba. No había pruebas físicas de ello, pero el maltrato psicológico era evidente. En más de una ocasión, presenció escenas que hacían que las dudas sobre ello se disiparan. Pero nadie podía ayudarla más de lo que ya lo hacía Maribel, la hija de Maruja.

Paco no podía aguantar más el dolor de sus huesos. Cuando acercó su mano, ligeramente temblorosa, a las llaves para arrancar su utilitario, la figura de Maruja emergió por la puerta de la estación. No aparentaba la edad que tenía. Ella era cuatro años más joven, por lo que estaría a punto de cumplir los setenta y ocho. Con ese pantalón y las deportivas, con la mochila de alegres flores colgando de sus hombros y aquel paso decidido, parecía mucho más joven. Paco la siguió con sigilo hasta su casa y, antes de que se marchase a descansar, ella volvió a salir. Otra vez encaminó sus pasos a la estación. Esta vez volvió un par de horas después. Esto ocurrió durante tres días consecutivos. Paco no supo que pensar sobre lo que hacía Maruja en la estacón. ¿Dónde viajaba?, ¿qué llevaba en aquella mochila tan poco apropiada para su edad?

Maruja entró en casa y dejó la mochila de cualquier manera en el suelo del recibidor. No la iba a necesitar más. Sacó una botella del vino que tanto le gustaba. Un tinto de la zona con mucho cuerpo. Preparó una sola copa y se acomodó a la mesa de la cocina, junto a la ventana que dejaba entrar esos rayos de sol que le calentaban el cuerpo. Había terminado su trabajo. Tan solo necesitó tres días para hacer todos los envíos que tenía previsto. Todo estaba saliendo como ella esperaba. Ahora se sentía cansada pero feliz y tranquila.

Dio un sorbo de vino y lo mantuvo en su boca, paladeándolo, disfrutando de la intensidad de su sabor y reteniendo en su pituitaria el aroma que desprendía. Se estremeció. En febrero cumpliría los setenta y ocho, ya hacía cincuenta y seis años que compartía su vida con Miguel. Con él cumplió sus deseos de ser madre, con él creó una familia y vio crecer a su hija Marisa. El tiempo les trajo una nieta maravillosa, Isadora, que llenó sus vidas cuando los años les empezaron a pesar.  Isis ya era una mujer independiente y vivía con su novio en Paris. Y por fin, ahora, Miguel ya no la molestaría más.

Habían sido muchos años de humillaciones, incluso en público. La menospreciaba, la anulaba y la hacía sentir una inútil. Poco a poco fue desapareciendo el amor que sintió por Miguel y se fue instalando el odio. Todo ello en silencio.

 Aquella tarde, una semana atrás, Miguel le dijo que se sentía mal, tal vez la tensión arterial, tal vez el riego sanguíneo. Él no podía saber que eran los sedantes que le habían hecho el efecto esperado. Maruja lo acompañó al baño para refrescarse y le ayudó a sentarse en el borde de la bañera. Junto con la toalla humedecida también cogió el cuchillo que tenía preparado. No le temblaron las manos. Miguel alzó el rostro con sus ojos cerrados, quedando al descubierto el punto en el que cuchillo, bien conducido, le provocaría la muerte. Cubrió el rostro de su marido con la toalla para refrescarlo y, sin dudar, alzó el arma y la hundió con la fuerza necesaria. La experiencia la guió. Debajo de la nuez, con el ángulo perfecto, el cuchillo se deslizó hacia el corazón. Miguel apenas pudo reaccionar. Un borboteo salió de su garganta, junto con la primera sangre que abandonaba su cuerpo. Con un empujón firme lo precipito al interior de la bañera, donde se golpeó en la cabeza quedando inconsciente. La sangre manaba escapando del cuerpo de aquel hombre que le había amargado la vida. El resto fue tarea fácil. Maruja, con una frialdad sorprendente, fue troceando a su marido, como tantas veces lo había hecho con los cerdos en la época de la matanza. Separó los pedazos que utilizaría para alimentar a sus gatos. Luego los cocinaría. Otros los quemaría en el huerto, junto con las ramas de la poda de los olivos y almendros. Ella quería impedir el descanso eterno de Miguel, por lo que pensaba que si repartía sus despojos, de manera que nunca se pudiesen unir y recibir cristiana sepultura, su alma  quedaría errática, sin descanso. Sería su castigo.

Así fue como preparó los pequeños paquetes envasados al vacío, como si se tratase de fiambres y carnes producto de la matanza, listas para ser conservadas largo tiempo. Buscó en internet las direcciones de los cementerios de los lugares más recónditos del mundo y los fue mandando desde varias oficinas de correos. 

Maruja se sentía libre por primera vez.

Reconoció la voz de Paco, que llegaba desde la puerta de la cocina. No debía de haber cerrado bien la puerta de la casa. Esto no la inquietó.

-Acércate  una copa para el vino. Están en el armario, sobre el fregadero.

Paco se sentó junto a ella en silencio. Maruja le sirvió vino. Luego alzó su copa incitándole a un brindis silencioso.

-Él ya no está, ¿verdad?

Maruja no respondió, no lo creía necesario. Se quedaron mirando el atardecer que entraba por la ventana, inundando de una nueva luz aquella cocina que tanto tenía que contar.

Era la hora de dar de comer a los gatos. Clinc, listo. Al abrir el microondas, el aroma dulzón inundó la cocina.

domingo, 21 de julio de 2013

Herida de muerte


Punzante escozor que se abre camino en mi pecho, profundo, sangrante, hiriente.

Asta certera que desgarra mi carne una vez más

Hurgando… hurgando…Hurgando… hurgando… hurgando… hurgando…

Juego de niños


Cuando sobran los grandes discursos, llegan las letras pequeñas como sueños.

Diminutas luciérnaga que encienden el macizo de flores invisibles en la noche.

Granos de arena que se amalgaman en castillos encalados de salitre.

Palabras temblorosas como naipes trepando hacia el cielo en torre de sueños.

viernes, 19 de julio de 2013

Aroma a jueves


 

Tip...tap...tip...tap...tip, tap... tip, tap, tip, tap, tiptap, tiptap, tiptaptip, tiptaptiptap, tiptaptiptaptip...

Por la noche llovió y sin embargo estaba feliz. Olía atierra mojada.

Luego llegó el jueves. 

Amaneció un tímido sol que amenazaba con calentar...olía a...

Por la mañana olía a calma, a brisa marina removiendo mis cabellos, a tiempo. A sueño y sueños, a fruta prohibida...  A café.

Por la tarde me llegaron aromas marinos… salitre, arena... el mar. Tropezones con conchas encontradas donde ya no quedaban caracolas. Bálsamo de tormenta sin rayos ni truenos, tampoco centellas. La fragancia del amor, de la amistad y la alegría nos acompañó por aquella playa. Qué cosquillas me hacía en la nariz el perfume de la complicidad.

Y llegó la noche con aromas de fuego, de pasión, de romance con las letras. Esencia perfumada de otras realidades que, cómo las gotas de lluvia, se deslizaban desde mis dedos

Tip...tap...tip...tap...tip, tap... tip, tap, tip, tap, tiptap, tiptap, tiptaptip, tiptaptiptap, tiptaptiptaptip...

La noche del jueves cayó una lluvia de letras, de versos y sin embargo estaba feliz. Olía a…

lunes, 8 de julio de 2013

Como el vuelo de las golondrinas

Se fue revoloteando al atardecer, en silencio, sin prisas, con elegancia, tal y como llegó diez años atrás. Me quedé sentada en el acantilado, en la misma roca en la que me besó por primera vez. Silencio rasgado por el vuelo de las golondrinas. Mis pies colgando en el vacío, en el hueco de mí alma…  ¿y si pudiera volar?