Cenicienta cayó al suelo, sorprendida
por el estruendo de la parada de emergencia que había realizado el tren. Mientras,
yo me mezclaba entre los pasajeros que asustados se revolvían en sus asientos,
adormecidos y protestando por algo tan inesperado. Nadie encontró explicación a
aquella parada que no estaba prevista en el trayecto del tren. Me acomodé en un nuevo asiento, desde allí
también podría observar a la muchacha. El tren comenzó a moverse otra vez
dirección a la última parada del trayecto. La última estación de aquel viaje.
Percibí desde mi refugio con
vistas al paraíso, como se frotaba los ojos, se desperezaba y volvía a sentarse
en su lugar. El cuaderno… se quedó mirándolo, seguía en el suelo. Cenicienta apenas
parpadeaba. Parecía confusa, agitada todavía por lo inesperado, ignorante de lo
que iba a ocurrir. Su cuerpo desapareció de mi punto de vista para volver a
emerger con el cuaderno en la mano. Mi lápiz marcaba la primera de las páginas
en las que había volcado mi esencia. Cenicienta lo sacó de su escondite, hizo
un descuidado pliegue en una de las páginas y metió su cuaderno y mi lápiz en el
bolso. Se levantó y con paso decidido salió del compartimento.
Me quedé aturdido, no esperaba
esta reacción. Amanecía y la claridad
empezaba a despertar un cielo cubierto de pesadas nubes. Era invierno también
afuera. Entonces apareció, si, apareció. Marcus estaba sentado en el asiento de
mi derecha, junto a la ventanilla.
-Parece que
andas un poco despistado hoy. Te has retrasado, ya deberías estar en tu casa.
Veamos, ¿tienes tu agenda en el maletín?- preguntó Marcus sin esperar respuesta.
Sin mirar, empezó a hurgar en el interior de mi maletín.
-No empieces
Marcus, lo tengo todo controlado. Los trabajos previstos para hoy son
sencillos, sin compromiso.
-Para ti todo
es siempre sencillo. Luego pasa lo que pasa-
Marcus hizo un silencio estudiado, mientras buscaba en mi agenda la
página correspondiente al día de hoy. Con lentitud pasaba las páginas sin
apenas rozarlas… como le gustaba presumir de sus poderes.- Ya veo que tienes el
día completo.
Decidí cambiar
a una posición de acción, dejando el lado de la reacción para el que en ese
momento se estaba definiendo como mi contrincante.
-Por cierto,
¿era preciso la parada de emergencia para subirte al tren?- le lancé mi
pregunta sin mirarle, paseando mis ojos
por el pasillo del tren a la búsqueda de Cenicienta- Tu que controlas la
materia y el movimiento, las mentes y las almas.
-No te pongas
borde, ella no es para ti. No pretendas despistarme para ganar tiempo. Está
decidido.
-No tienes
argumentos para convencerme. Es más, ya he iniciado el proceso. Estoy decidido,
esta vez no me vas a hacer dudar, eso no va a ocurrir. Estoy totalmente seguro
de lo que quiero, de lo que siento y de lo que puedo crear con ella.
Marcus
continuó hablando, era lo previsto. Apeló a mi sentido común, a la realidad de
mi soledad que podía estar traicionando mis sentimientos. No podía ser cierto
que yo me enamorará una vez más. Esto ya lo habíamos hablado en otras ocasiones
y con sus reflexiones me había ayudado a desenmascarar al miedo, a la falta de
aceptación de mi soledad que se disfrazaban de amor, de proyectos de futuro, de
pasión, de para siempres, de
eternidades… Qué sabría el amor de eternidades…
Me levanté y
lo dejé hablando solo. Marcus estaba acostumbrado. Esta vez no había miedo, no
había disfraces. No quería pensar en palabras cargadas de tópicos, difuminadas
con matices que hacen que no sepamos diferenciar lo real de lo irreal.
Llegué al
vagón en el que estaba la cafetería arrastrando mi vida y mi pasado. Allí
estaba ella. Allí estaba su cuaderno mostrando mi verdad.
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