Tardé en enfocar la estancia.
Tardé en ubicarme. El tren de cada día, de cada noche volviendo a un hogar que
ya no era mío. Froté mis cansados ojos, después de tantas horas de guardia era
difícil mantenerme despierto. Alargué la mano hacia el asiento en el que
estaban mis cosas. Sin mirar, hice recuento: abrigo, maletín… Todo. Estiré mis
piernas y fue entonces cuando la punta de mi zapato tocó algo. Me desperté.
Ella dormía sentada frente a mí,
y a sus pies, un cuaderno abierto mostraba unos apuntes con letra firme y
segura. No me pude resistir. Lo alcé, un poco temeroso de que ella se
despertara, y lo acomodé frente a mis cansados ojos… un poco más cerca… un poco
más lejos. Miré por encima del cuaderno antes de empezar a leer. No sin dificultad
enfoque el rostro de la joven. Su cabello revuelto escondía sus ojos cerrados,
apretados párpados de sueños sufrientes. La palidez de su piel se confundía en la
penumbra. Parecía transparente, a punto de desaparecer entre las sombras, entre
las luces pasajeras que corrían afuera. Elevé el cuaderno subiendo el telón que
me aislaría de la inquietante joven y que me introduciría en el último viaje.
El tiempo pareció detenerse, las
estaciones desaparecieron en la oscuridad de la noche. Cielo estrellado oculto
por algodones maquillados de oscuro. Mientras el tren me mecía, sus versos me
lanzaban a lo más alto. Su historia me atrapaba en lo más profundo. Mi misión
dejó de tener sentido. Solo deseaba acercarme a esa mujer que tanto tenía que
ofrecer, a la que tan poca energía le quedaba. Me resistí. No estaba dentro de
los pasos que debía dar, no era bueno tomar ese tipo de decisiones y comenzar
una aproximación de esa manera… Luego sabía que lo podía lamentar.
Me dejé llevar por el impulso. Cogí
un lápiz de mi maletín y comencé a dejar fluir mis pensamientos, que
trasformados en versos, en frases, dibujos, espacios en blanco, fueron tejiendo
una historia… mi historia. No sería capaz de cuantificar el tiempo que pasé en
ese mundo que sabía que ya no era el mío. De tanto en tanto bajaba el telón y
observaba a la joven sumida en un inquieto sueño, sueños muertos tal vez. Luego
me volvía a sumergir en los versos que germinaban en mi mente para florecer en
el blanco inmaculado del papel. Nada tenía sentido. Todo tenía sentido.
El tren frenó en seco. La joven
comenzó a resbalar de su asiento. Todo ocurrió muy deprisa. Deposité el
cuaderno en el suelo, donde lo había encontrado, esta vez era mi lápiz el que
quedó en su interior. Recogí mis cosas con toda la rapidez de la que fui capaz
y salí del vagón deseando que ella no me hubiera visto, deseando que ella me
viera…
Genial. Precisamente estaba ideando una historia donde varios personajes hablaran en 1ª persona, contando la historia de todos, y que cada uno fuera muriendo, y el siguiente continuara el mismo proceso.
ResponderEliminarAsí salí del blog, con el lápiz en los comentarios, deseando ver y no ser visto.
Ver, no ser visto. Ser visto... no ver. Todas las opciones son atractivas, casi siempre.
EliminarInteresante tu historia, bien merece una inspiración.
Lo siento, te he visto salir...
La próxima cierro los ojos ;)
Muy bien narrado, y muy bien cerrado, enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios, Jordim, me animan. ;)
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