Aquel lejano día, lo inesperado
ocurrió. El tren se paró una segunda vez y una explosión nos sumió en la
confusión. Gritos, miedo, llanto, sangre. Todo aquello que nuestra mente lucha
por olvidar cada día. Saqué a Cenicienta del tren, a ella y a nuestro primer cuaderno. Luego volví
al interior del vagón, para intentar a ayudar. Torniquetes, vísceras, sangre.
Teléfonos sonando sin manos que los consolasen, sin voz que calmara la llamada
alertada. Éramos muchos socorriendo a las víctimas, pocos los médicos que
teníamos idea de lo que hacer con un ser que pierde la vida, con un cuerpo que
ya ha muerto. Humo, hierros retorcidos, pánico. Pasaron horas hasta que caí
extenuado en el andén donde estuvo Cenicienta. Ella ya no estaba allí. Nuestro
cuaderno tampoco. Recorrí los alrededores de la estación, ni rastro. Contacté
con los hospitales. No era posible temer lo peor, la había visto bien cuando la
dejé en el banco del andén. Dos días después la encontré en la 315 del mismo
hospital en el que yo trabajaba de cirujano. Aquel 14 de febrero, Cenicienta
abrió otra vez los ojos a la vida, a mi vida.
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Cenicienta se revolvió en la
cama. Había pasado la noche inquieta. Toqué su frente, parecía no tener fiebre.
Eso era bueno. Hacía tiempo que pasaba mis noches de sueño abrazado a su
cuerpo. Ya no entendía otra forma de dormir más que aquella que ella me enseñó
el pasado 14 de febrero. Hoy hacía un año de ello. Apilados en la estantería, junto a nuestra
cama, los cuadernos de nuestro amor. Versos, relatos, confesiones, dibujos…
silencios que nos enamoraron desde la primera gota de tinta, desde el primer trazo
de grafito, desde el primer instante. Cada día nos seguimos desnudarnos para el
otro en el blanco del papel, seguimos en el empeño de enamorar al que un día
decidió lanzarse al vacío en un único vuelo, con unas solas alas. Mis alas.
Me ceñí más a su cintura,
sabiendo que la sacaría de aquella ligereza onírica. Así fue. De la mano de mis
caricias y con un susurro en el que le prometía mi vida, nos adentramos en el
otro sueño, ese de despertar cada mañana junto a la persona amada.
Post scriptum:
El
amor es algo que hay que alimentar día a día con pequeños detalles. Una sonrisa
sincera, el beso en la puntita de la nariz al despertar. Esos whats que nos
ponen alas, una cena romántica en el balcón de casa. La flor que espera ser
robada del jardín público, para llegar a las manos amadas... deja volar tu imaginación.No dejemos de alimentar nuestro amor. Feliz San Valentín.