miércoles, 8 de abril de 2015

Caperucita Roja. IV (Abuelita)


Abuelita abrió la puerta y vio las orejas de Lobo apuntando al soleado cielo de primavera. Su corazón se aceleró ligeramente. No estaba para aquellas sorpresas tan inesperadas. Había abierto pensando que sería Red que le traía sus medicinas. Estaba ya tan mayor que apenas salía de casa. Pero no, Lobo con sus blancos y afilados dientes le esperaba al otro lado de la puerta.

Abuelita enfocó su cansada mirada a través de los cristales de sus gafas. No podía creer el impresionante parecido entre Lobo  y su amado marido ya fallecido hacía unos años. Fue este recuerdo el que animó a Abuelita a dejar entrar a Lobo en casa y compartir con él un té mientras esperaban a Red.

Lobo era amable y gentil, preparó un exquisito té que acompañó a los pasteles que traía para la visita. Mientras él preparaba todo, Abuelita observaba desde su mecedora. No negaremos que había mariposas revoloteando en el interior de su barriguita. Era una anciana todavía bella y sus ojos brillaban con el recuerdo de su esposo. O tal vez las mariposas eran fruto del miedo que inspiraba Lobo.

-No hay lobos buenos- dijo Abuelita sin darse cuenta de que hablaba en voz alta y no para sus adentros.

-Me parece curioso –respondió Lobo con un tono sereno en su voz- que todavía crea que las apariencias no pueden engañar.

Lobo sirvió el té y desenvolvió delicadamente la bandeja de pasteles

 

 

 

Red, entre convulsiones y temblores, dejó caer la cuchilla que, en su baile acuático, llegó al fondo metálico dela bañera. Gato siguió con su arduo trabajo de acicalarse y limpiar y colocar cada pelito de su cuerpo en su justo sitio. Red sacó las tijeras del primer cajón del mueble y con pulso firme comenzó a cortar su cabello. Mechón a mechón fue alfombrando la frialdad del suelo cerámico del baño. En pocos minutos su larga cabellera rojiza yacía sin vida rodeando la blanca piel de sus pies. Apenas se secó. Un poco de espuma para alborotar los cortos cabellos, un poco de maquillaje para disimular esas imperfecciones que los años dejan en la piel, un poco de rímel y lista. Se vistió a toda trisa con lo primero que encontró en el armario. Sus vaqueros de siempre, sus botas de siempre y su camisa de siempre. Entre sus pechos el amuleto que alguien le dio para preservarla de las caídas  fulminantes. Abotono uno más para que nadie lo viera. Se colocó su coraza y salió a la calle

 

 

Cuando Lobo abrió la puerta se encontró con una Red cambiada. Sus cabellos todavía húmedos  brillaban todavía bajo los rayos del sol. No se quitó sus gafas. Pero Lobo adivinó su sorpresa al encontrarlo allí, en casa de Abuelita. También percibió un ligero temblor en el cuerpo de Red. Tal vez ella pensó que era tarde, que Abuelita ya estaba muerta.

-       Pasa hija, pasa, se escuchó la voz trémula de Abuelita que llegaba desde el fondo de la casa.

Red dejó su capa en el perchero de la entrada y camino con paso firme delante de Lobo. No se quitó su coraza. Lobo observaba el caminar de aquella mujer que tanto amaba, que tanto deseaba. Red levantó sus gafas de sol para besar a Abuelita y sus ojos iluminaros la estancia. Lobo brilló bajo esa luz.

-       Ves, hija- dijo Abuelita- nada es lo que parece

Pero red, sin pestañear, metió la mano en el bolsillo de su vaquero y sacó la cuchilla. Había tomado la determinación de llegar hasta el fondo de la realidad de Lobo, de su propia realidad. Levantó su mano izquierda mostrando sus propias venas y posó con firmeza la cuchilla sobre ellas.

 

Silencio

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