lunes, 6 de abril de 2015

Caperucita Roja. III (Pero mamá me dijo)


Red cogió la cuchilla.

Mamá siempre le aconsejó que no hablase con desconocidos, que no se desviase del sendero, pero mamá nunca le habló de los Lobos, ni de los buenos, ni de los malos.

Había tantos y tan distintos que apenas se sentía capaz de clasificarlos y definirlos con detalle. Pero qué había de realidad en cada uno de ellos. ¿Era real el que le habló de sueños que ella hacía suyos o simplemente esperaba el momento oportuno para saltar sobre ella y convertirla en un bello cadáver? ¿Era fruto de su imaginación aquel Lobo que juró que estaría con ella hasta que la muerte los separase o era él mismo la propia muerte que acechaba cada noche entre las sábanas?

Y Lobo, qué había de realidad y qué de fantasía en él. La mano que sujetaba la cuchilla empezó a temblar, la desnudez de su piel se erizó. Red había decidido llegar hasta el fondo. Había tomado la decisión de desenmascarar la verdadera personalidad de Lobo. Estaba decidida a asesinar a su propia fantasía.

Entre temblores que se convertían en convulsiones Red levantó su mano derecha. La cuchilla de afeitar brilló. Gato la observó con su lengua pegada a las almohadillas de su pata derecha. En la mente de Red la voz de mamá repetía sus avisos de peligro si elegía un camino equivocado…

“Cuéntame cómo te ha ido

en tu viajar por ese mundo de amor,

volverás dije aquel día,

nada tenía y te fuiste de mi”.

 

Silencio

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