Red cogió la cuchilla.
Mamá siempre le aconsejó que
no hablase con desconocidos, que no se desviase del sendero, pero mamá nunca le
habló de los Lobos, ni de los buenos, ni de los malos.
Había tantos y tan distintos
que apenas se sentía capaz de clasificarlos y definirlos con detalle. Pero qué
había de realidad en cada uno de ellos. ¿Era real el que le habló de sueños que
ella hacía suyos o simplemente esperaba el momento oportuno para saltar sobre
ella y convertirla en un bello cadáver? ¿Era fruto de su imaginación aquel Lobo
que juró que estaría con ella hasta que la muerte los separase o era él mismo
la propia muerte que acechaba cada noche entre las sábanas?
Y Lobo, qué había de
realidad y qué de fantasía en él. La mano que sujetaba la cuchilla empezó a
temblar, la desnudez de su piel se erizó. Red había decidido llegar hasta el
fondo. Había tomado la decisión de desenmascarar la verdadera personalidad de
Lobo. Estaba decidida a asesinar a su propia fantasía.
Entre temblores que se
convertían en convulsiones Red levantó su mano derecha. La cuchilla de afeitar
brilló. Gato la observó con su lengua pegada a las almohadillas de su pata
derecha. En la mente de Red la voz de mamá repetía sus avisos de peligro si
elegía un camino equivocado…
“Cuéntame cómo te ha ido
en tu viajar por ese mundo
de amor,
volverás dije aquel día,
nada tenía y te fuiste de mi”.
Silencio
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