Lucía
empezó a revolverse de forma compulsiva entre las sábanas. Su respiración se
agitaba, entrecortada, casi como un jadeo. Javier salió de su sueño poco
profundo. Esto no era la primera vez que ocurría. Lucía tenía un sinfín de
pesadillas que hacían que las noches de Javier se convirtieran en un duermevela,
vigilante, siempre dispuesto a sacar su espada de San Jorge para luchar con los
dragones que atormentaban a su linda princesa.
-Sigue
nadando… más deprisa… no te vuelvas.- Lucía se repetía este mantra mental
mientras sus músculos ya estaban dando todo de sí. El fallo muscular estaba
próximo. Pero el ornitorrinco estaba todavía más cerca de lo que ella podía
llegar a imaginar. Los electroreceptores localizados en el pico de aquel
formidable espécimen, capricho de la naturaleza, habían captado los campos
eléctricos que generaban los músculos Lucía, una gran nadadora.
Javier
se aproximó al cuerpo desnudo de Lucía, mientras ella no dejaba de bracear. Él
había aprendido a mantener la calma, ya sabía que todo era un sueño y pronto
acabaría. Sabía el final. Intentó rodearla con sus brazos de una forma suave.
Ella le golpeó con fiereza con su codo en el pecho. Esto dolió. También le
provocó una inmediata erección acompañada del irreprimible deseo de poseerla.
Comenzaba su lucha particular y real. Una vez más se encontraba en esa tesitura tan difícil de resolver.
Lucía
no podía más. Llegó el momento de tomar la decisión. Sabía que tal vez esto le
costara la vida. Dejó de nadar. Permaneció
flotando desnuda en la superficie del agua que empezó a recobrar la
calma al tiempo que su respiración volvía a la normalidad. El ornitorrinco
inició su baile acuático dibujando círculos acechando el cuerpo de Lucía. Sus
pechos sobresalían de la superficie que reflejaba la luna, el vello de su pubis
era una isla desierta en la que ya nada quedaba de vida. Ella no se atrevía a
abrir sus ojos. Como otras tantas veces llegaría el momento. Aquel animal
caprichoso acabaría inoculándole su veneno y dejándola paralizada, dolorida,
flotando en las aguas de la muerte. Una lágrima rodó por su húmeda mejilla.
Lucía
dejó de moverse. Su respiración se calmó hasta ser tan leve que parecía no
existir. Esto excitó todavía más a Javier. La rodeó con sus brazos acoplando la
espalda de la mujer a su abdomen, su sexo erecto hundido entre los sugerentes
glúteos de su compañera. Las manos de Javier se amoldaron a los turgentes pechos
de Lucía. Resistiendo el potente deseo de penetrarla, aproximó sus labios un
poco más al cuello de Lucía y como tantas otras veces sopló con suavidad en el
oído de su princesa. La penetró con un soplo de aliento con la intención de
llevarle la vida. Sopló, sopló, sopló aliento de vida. Y Lucía revivió.
Lucía
condujo la mano de Javier hasta su propio sexo, húmedo y cálido que acogió los
hábiles dedos que tan bien conocían los
caminos de su interior. Movió con certeza su otra mano hasta la pelvis de
Javier tirando de ella para sentir la presión de su miembro erguido,
desafiante.
El
ornitorrinco dejó de nadar. Lucía se dio la vuelta quedando frente a él, erguida,
flotando con un suave movimiento de sus piernas y brazos, penetrándole con la
mirada feroz de la supervivencia. El animal comenzó a retroceder mientras ella
se le aproximaba lentamente. Ninguna de sus presas se había enfrentado jamás a
él. Sentía la vibración de sus aguijones cargados del veneno letal. Pero
aquella mirada. En su cerebro animal se sintió en una difícil tesitura. Sin
dudarlo más se alejó de la mujer. Llegaría el momento, solo debía esperar la
ocasión.
Lucía
se revolvió entre las sábanas quedando con su rostro a escasos centímetros
del de Javier. Los ojos de Lucía tenían
aquella mirada penetrante que algunas veces llegaba a asustarle. Veía la furia,
el miedo, la pasión, todo aquello que ella le daba cuando tenía aquellas
pesadillas que nunca le contaba. Lucía separó sus piernas dejando al
descubierto su sexo receptor. Se montó sobre el cuerpo de Javier, rodeándolo
con sus muslos y buscó una violenta penetración. Empezó con fuerza, elevando su
cuerpo y dejándolo caer rítmicamente provocando el gemido de Javier. Se movían
en esa delgada línea que separa el placer del dolor, el miedo de la pasión.
Luego la cadencia fue perdiendo fiereza, fue mutando hasta llegar a esa
penetración con la presión exacta sobre el miembro erecto de Javier. Se fue
ajustando el ritmo y la profundidad hasta la perfecta intensidad que Lucía
necesitaba para llegar a el clímax de aquella pasión irracional. Se fundieron
en un solo cuerpo, capricho de la naturaleza. Un cuerpo con senos erectos,
vientre suave, brazos fuertes. Un solo ser hermafrodita envuelto con una única
piel.
Como
cada noche de pesadillas el sexo duró interminables horas, hasta que ambos cayeron
exhaustos. Una vez más, todavía fundidos en el abrazo que duraría el resto de
la noche, Javier le preguntó sobre el sueño. Sabía la respuesta que recibiría
de Lucia.
-Ya
sabes que nunca te lo contaré.
Lucía
sonrió levemente al cerrar sus ojos buscando otra vez el sueño. Sintió la
suavidad del pelaje del ornitorrinco tumbado a su lado.