Mientras mamá me contaba pequeños detalles de su vida en la isla llegamos a la caja y Carlo empezó a ayudarme a sacar las cosas del carro. Le encantaba ayudar y ser útil y responsable en las cosas cotidianas.
-Sabes, Magda
Carlo tiraba de mi chaqueta señalando el expositor de los chiches. Le hice un gesto afirmativo mientras intentaba centrar mi atención en lo que me decía mamá.
-Dime mamá
-Ayer mientras estábamos en nuestro paseo de los viernes, recuerdas que salgo con Enrique los viernes a mover un poco sus caballos, nos llevamos a Manolo.
Manolo era un cerdo Hampshire que le había regalado a Enrique un cliente contento al que le había llevado un caso difícil en España. Manolo pesaba sobre los doscientos kilos de carne prieta y bien alimentada en los campos de Ibiza. Cuando Manolo llegó a casa era una monada. Un pequeño lechón con la piel ligeramente peluda combinando el color negro de sus cuartos traseros y la cabeza con un rosado más apropiado y común en este tipo de animal. La idea del cliente inglés tal vez fue que Manolo sirviera de comida navideña en esas fechas tan señaladas y próximas a aquel momento. Pero Enrique se enamoró de Manuel. Bueno Enrique y mamá se enamoraron de él. Así Manuel fue creciendo y paseándose a sus anchas por la finca de su dueño y por las propiedades de los vecinos. En más de una ocasión, en ausencia de Enrique, mamá había recibido alguna llamada de la policía local o de algún vecino de Santa Eulália pidiendo que bajaran al pueblo a buscar al cerdo que se estaba comiendo la fruta del puesto del mercado.
-Si mamá, es lo que soléis hacer cuando Manolo quiere estirar sus patas.
-Si hija, pero esta vez el paseo acabó mal. Manolo ha muerto.
-¿Que ha pasado madre?
-Un desastre hija, casi salimos en la prensa local
Cuando la peculiar pareja ya estaban de vuelta a casa pusieron a galopar a los caballos. El sendero que conducía a las cuadras estaba siempre solitario y no suponía un peligro andar por allí a toda velocidad con un cerdo de gran tamaño corriendo a unos metros de distancia. La carretera discurre paralela a este camino separada por un guardar rail de vegetación no demasiado espesa.
-No sabemos lo que le ocurrió hija. En lugar de tomar la curva desde la que ya se ve la entrada de la parcela, Manolo siguió recto invadiendo la carretera. En ese mismo momento llegaba el coche de el alcalde, ¿recuerdas? Ese hombre tan atractivo que intentó flirtear contigo la última vez que viniste a visitarme.
-Si mamá, ese imbécil tan prepotente.
-¡Hija! –me reprendió mamá.
Introduje mi tarjeta de crédito en la ranura y esperé para teclear mi número secreto. Carlo se afanaba en colocar con escrupuloso orden la compra en las bolsas. Era como verlo jugar al tetris.
-Que disgusto hija. El coche frenó en seco, derrapó, hizo un trompo y paró quedándose en medio de la calzada en dirección contraria de la que había venido. Allí estaba Manolo plantado sobre sus patas con la respiración agitada. Se había salvado y el alcalde también.
-Menos mal, un accidente contra un animal del tamaño de Manolo a la velocidad en la que se circula en esa carretera es desastroso con seguridad. –apunté empujando el carro cargado con las bolsas de la compra hacia el ascensor. Carlo ya estaba abriendo el paquete de chicles pasando de mis gestos intentando hacerle entender que no eran horas.
-Si, podía haber tenido un desenlace fatal. Lo que ocurrió fue sorprendente. De pronto Manolo sufrió una especie de espasmo y se desplomó sobre el asfalto. Bajamos de los caballos y nos aproximamos. Alfons, el alcalde desencajado bajó de su deportivo para señalizar el lugar del incidente. Enrique no daba crédito. Parecía que Manuel había muerto.
Mamá me narró como Enrique llamó al servicio veterinario de urgencia que, como era evidente nada pudo hacer. Allí quedó el cerdo del abogado inerte, muerto. Después de esos primeros momentos de confusión y nervios Enrique se serenó. Le propuso a Gabriella que esperara un momento mientras llamaba a los payeses que le cuidaban las tierras. En unos minutos llegaron la pareja de labriegos con el tractor, al que cargaron con gran dificultad al animal y lo llevaron a la casa.
-Y no te imaginas lo que vamos a hacer esta noche.
Cerré el maletero con la compra dentro y me senté frente al volante con la llave en el contacto esperando a que Marco se abrochase el cinturón de seguridad. La voz de mamá subió de volumen al empezar a sonar a través del dispositivo de manos libres del coche.
-Nos vamos a comer a Manolo.
Las ventanillas de mi coche ya estaban abiertas, por lo que se escuchó esa confesión a todo volumen. La pareja que estaba a punto de subir al coche aparcado a mi derecha quedó paralizada. La señora que estaba cargando sus bolsas en el asiento del copiloto del monovolumen que estaba junto a mi puerta dejó caer la bolsa que tenía entre manos.
-¿Qué dices mamá? – pregunté con nerviosismo mientras pulsaba con insistencia la tecla que suponía que bajaría el volumen de mi interlocutor.
-Pues lo que has oído. Enrique ha decidido que la mejor manera de despedirnos de nuestro compañero de paseos y amigo Manolo es haciendo una fiesta para todos nuestros amigos y cocinarlo.
La señora del monovolumen me miraba con los ojos abiertos como platos y su boca abierta incapaz de articular palabra. Yo no sabia que hacer. Saqué un poco la cabeza por la ventanilla para que mamá no me escuchara.
-No se asuste señora, Manolo es el cerdo del abogado –lo había liado más. La mujer se tapó la boca con la mano al escuchar mis palabras-. Un cerdo Hampshire, es comestible, no se preocupe.
-¿Con quién hablas hija? ¿Está contigo Carlo?
-Si abuelita, estoy aquí –respondió mi hijo levantando la voz para que Gabriella lo escuchara- ¿puedo ir yo a la fiesta?, ¿habrán castillos hinchables y fuegos artificiales como la otra vez?
-Si hijo, ojala estuvieras aquí.
Arranque el coche saliendo de mi plaza de aparcamiento y dejando a mujer estupefacta junto al monovolumen y la compra por los suelos. Carlo y Gabriella se dieron el parte de las novedades del colegio, las notas, las cosas que había aprendido, de sus novias. Mamá también le habló de un nuevo amigo, Gideon creí entender que era su nombre.
-¿Has dicho nuevo amigo mamá? –la interrogué mientras quitaba la marcha y quedaba parada en el semáforo.
-Hija, eso ya te lo cuento otro día, qua ya se me ha hecho tarde. Cuídate y dale un beso muy fuerte a Andrés. Besitos marco.
Mamá cortó la comunicación y empezó a sonar a todo volumen la música que tanto le gustaba a Carlo.
-Sabes, Magda
Carlo tiraba de mi chaqueta señalando el expositor de los chiches. Le hice un gesto afirmativo mientras intentaba centrar mi atención en lo que me decía mamá.
-Dime mamá
-Ayer mientras estábamos en nuestro paseo de los viernes, recuerdas que salgo con Enrique los viernes a mover un poco sus caballos, nos llevamos a Manolo.
Manolo era un cerdo Hampshire que le había regalado a Enrique un cliente contento al que le había llevado un caso difícil en España. Manolo pesaba sobre los doscientos kilos de carne prieta y bien alimentada en los campos de Ibiza. Cuando Manolo llegó a casa era una monada. Un pequeño lechón con la piel ligeramente peluda combinando el color negro de sus cuartos traseros y la cabeza con un rosado más apropiado y común en este tipo de animal. La idea del cliente inglés tal vez fue que Manolo sirviera de comida navideña en esas fechas tan señaladas y próximas a aquel momento. Pero Enrique se enamoró de Manuel. Bueno Enrique y mamá se enamoraron de él. Así Manuel fue creciendo y paseándose a sus anchas por la finca de su dueño y por las propiedades de los vecinos. En más de una ocasión, en ausencia de Enrique, mamá había recibido alguna llamada de la policía local o de algún vecino de Santa Eulália pidiendo que bajaran al pueblo a buscar al cerdo que se estaba comiendo la fruta del puesto del mercado.
-Si mamá, es lo que soléis hacer cuando Manolo quiere estirar sus patas.
-Si hija, pero esta vez el paseo acabó mal. Manolo ha muerto.
-¿Que ha pasado madre?
-Un desastre hija, casi salimos en la prensa local
Cuando la peculiar pareja ya estaban de vuelta a casa pusieron a galopar a los caballos. El sendero que conducía a las cuadras estaba siempre solitario y no suponía un peligro andar por allí a toda velocidad con un cerdo de gran tamaño corriendo a unos metros de distancia. La carretera discurre paralela a este camino separada por un guardar rail de vegetación no demasiado espesa.
-No sabemos lo que le ocurrió hija. En lugar de tomar la curva desde la que ya se ve la entrada de la parcela, Manolo siguió recto invadiendo la carretera. En ese mismo momento llegaba el coche de el alcalde, ¿recuerdas? Ese hombre tan atractivo que intentó flirtear contigo la última vez que viniste a visitarme.
-Si mamá, ese imbécil tan prepotente.
-¡Hija! –me reprendió mamá.
Introduje mi tarjeta de crédito en la ranura y esperé para teclear mi número secreto. Carlo se afanaba en colocar con escrupuloso orden la compra en las bolsas. Era como verlo jugar al tetris.
-Que disgusto hija. El coche frenó en seco, derrapó, hizo un trompo y paró quedándose en medio de la calzada en dirección contraria de la que había venido. Allí estaba Manolo plantado sobre sus patas con la respiración agitada. Se había salvado y el alcalde también.
-Menos mal, un accidente contra un animal del tamaño de Manolo a la velocidad en la que se circula en esa carretera es desastroso con seguridad. –apunté empujando el carro cargado con las bolsas de la compra hacia el ascensor. Carlo ya estaba abriendo el paquete de chicles pasando de mis gestos intentando hacerle entender que no eran horas.
-Si, podía haber tenido un desenlace fatal. Lo que ocurrió fue sorprendente. De pronto Manolo sufrió una especie de espasmo y se desplomó sobre el asfalto. Bajamos de los caballos y nos aproximamos. Alfons, el alcalde desencajado bajó de su deportivo para señalizar el lugar del incidente. Enrique no daba crédito. Parecía que Manuel había muerto.
Mamá me narró como Enrique llamó al servicio veterinario de urgencia que, como era evidente nada pudo hacer. Allí quedó el cerdo del abogado inerte, muerto. Después de esos primeros momentos de confusión y nervios Enrique se serenó. Le propuso a Gabriella que esperara un momento mientras llamaba a los payeses que le cuidaban las tierras. En unos minutos llegaron la pareja de labriegos con el tractor, al que cargaron con gran dificultad al animal y lo llevaron a la casa.
-Y no te imaginas lo que vamos a hacer esta noche.
Cerré el maletero con la compra dentro y me senté frente al volante con la llave en el contacto esperando a que Marco se abrochase el cinturón de seguridad. La voz de mamá subió de volumen al empezar a sonar a través del dispositivo de manos libres del coche.
-Nos vamos a comer a Manolo.
Las ventanillas de mi coche ya estaban abiertas, por lo que se escuchó esa confesión a todo volumen. La pareja que estaba a punto de subir al coche aparcado a mi derecha quedó paralizada. La señora que estaba cargando sus bolsas en el asiento del copiloto del monovolumen que estaba junto a mi puerta dejó caer la bolsa que tenía entre manos.
-¿Qué dices mamá? – pregunté con nerviosismo mientras pulsaba con insistencia la tecla que suponía que bajaría el volumen de mi interlocutor.
-Pues lo que has oído. Enrique ha decidido que la mejor manera de despedirnos de nuestro compañero de paseos y amigo Manolo es haciendo una fiesta para todos nuestros amigos y cocinarlo.
La señora del monovolumen me miraba con los ojos abiertos como platos y su boca abierta incapaz de articular palabra. Yo no sabia que hacer. Saqué un poco la cabeza por la ventanilla para que mamá no me escuchara.
-No se asuste señora, Manolo es el cerdo del abogado –lo había liado más. La mujer se tapó la boca con la mano al escuchar mis palabras-. Un cerdo Hampshire, es comestible, no se preocupe.
-¿Con quién hablas hija? ¿Está contigo Carlo?
-Si abuelita, estoy aquí –respondió mi hijo levantando la voz para que Gabriella lo escuchara- ¿puedo ir yo a la fiesta?, ¿habrán castillos hinchables y fuegos artificiales como la otra vez?
-Si hijo, ojala estuvieras aquí.
Arranque el coche saliendo de mi plaza de aparcamiento y dejando a mujer estupefacta junto al monovolumen y la compra por los suelos. Carlo y Gabriella se dieron el parte de las novedades del colegio, las notas, las cosas que había aprendido, de sus novias. Mamá también le habló de un nuevo amigo, Gideon creí entender que era su nombre.
-¿Has dicho nuevo amigo mamá? –la interrogué mientras quitaba la marcha y quedaba parada en el semáforo.
-Hija, eso ya te lo cuento otro día, qua ya se me ha hecho tarde. Cuídate y dale un beso muy fuerte a Andrés. Besitos marco.
Mamá cortó la comunicación y empezó a sonar a todo volumen la música que tanto le gustaba a Carlo.