martes, 9 de octubre de 2012

LA SOLEDAD DE LA ESPERA


Cuando Marc entró en el local, se quedó paralizado unos segundos. Observó que las mesas más próximas a la entrada estaban vacías. El intenso frio reinante en la calle se colaba por la puerta y no hacía agradable estar allí. Miró al fondo del local y descubrió una mesa libre. Sin prisa, se encaminó hacia ella. Mientras paso a paso se acercaba a su objetivo, disimuladamente observó a la gente que ocupaba las mesas vecinas. 
           Una mujer entrada en años, cogía su taza de café con leche entre las manos. Daba la impresión de todavía no se había quitado el frio de la calle de encima.
           Una pareja, sentados frente a frente,  se cogían de las manos y se miraban directamente  a los ojos con miradas enamoradas.

En le lado opuesto a donde el decidió sentarse, un joven estaba concentrado en la lectura de un grueso libro. Una taza de café humeante y un cenicero lleno de colillas apuradas y apagadas eran su única compañía.

De pronto un movimiento brusco le sobresaltó. Una  mujer se había inclinado hacia el centro del pasillo, cortándole el paso. La mujer no se había levantado de la silla, no lo necesita para recoger el pequeño estuche de color rojo que le había caído al suelo. Él se paró con un ligero temblor en las piernas. Ella alzó la cartera roja mientras su melena oscura, rizada, salvaje, se derramaba sobre su hombro y su espalda. Como a cámara lenta se incorporó, sin levantarse de la silla, ajena al hombre que permanecía  parado en medio del pasillo. El rostro de la mujer empezó a aparecer por debajo de los rizos que iban volviendo a su lugar. Sus miradas chocaron. Sus ojos no parpadearon. Ella esbozó una tímida sonrisa y al darse cuenta de lo ocurrido, murmuró una excusa casi inaudible. Paso libre, él continuó andando hasta alcanzar la mesa elegida.

El calor del local le recordó que no se ha quitado el abrigo. Un ligero rubor empezaba a cubrir sus mejillas. Esa mujer, tal vez la había visto en otro lugar. Esos ojos de mirada penetrante, negros como la noche. Mientras se desabotonaba el abrigo intentó recordar donde ha visto antes a esa mujer. Sumido en sus reflexiones Marc ocupó la silla que queda de cara al único acceso al local. Dejó sus prendas de abrigo perfectamente ordenadas en la silla más próxima a la pared. Consultó su reloj de pulsera, que le informó de que todavía faltaban unos veinte minutos para la hora. Demasiado tiempo, demasiados nervios. Pensó que nunca aprendería. Maldita costumbre de llegar demasiado pronto, con lo que odiaba esperar.

Una camarera uniformada y sonriente se aproximó a su mesa preguntándole que deseaba tomar. Con el frio en el cuerpo, decidió que lo mejor sería una bebida bien caliente, que le templara por dentro. Mientras la camarera se retiraba, sacó del bolsillo de su americana un paquete de tabaco. Concentrado en unos movimientos que le conducirían a un placer efímero, Marc encendió un cigarrillo. Se perdió en el va y ben de la llama del mechero que iluminaba sus manos al prender el cigarrillo. La penumbra del local le dificultaba ver con nitidez la puerta. No podía dejar de pensar en la primera  vez que la vio. El día en que se conocieron. Este mismo bar, hace ya unos treinta años.

Todos los años ocurría igual. Al llegar esta fecha, trece de enero, acudía a la cita, a la misma hora. Siempre llegaba con la esperanza de volver a verla. Así quedó con ella cuando se despidieron. -Amor,- le dijo ella, nos vemos el trece en el café de siempre a las diez, no te retrases. Pero año tras año ella no acudió a su cita.

Sentado en su mesa solitaria, los minutos se acomodaban  sobre sus hombros como una pesada carga. Casi no podía recordar sus dulces rasgos. ¿Eran sus ojos azules como el mar? ¿Cómo olía su pelo? ¿Cómo era la suavidad de sus manos?  El olvido, la incertidumbre, la espera hacían mella en su ánimo después de tantos años. Mientras Marc se encontraba flotando en sus recuerdos, la camarera, con su mejor sonrisa, se aproximó a la mesa dejando con suavidad la taza y la tetera. Este era el preferido de Julia, suave, aromático y con un poco de leche.

Se abrió la puerta del local y a través del denso humo que semeja la niebla que recorre las ciudades nórdicas, entró un hombre con su abrigo oscuro abotonado hasta el cuello. Se protegía del intenso frio con una bufanda y un sombrero oscuro. Detrás del hombre irrumpió de una forma precipitada una mujer. Su cabello rubio muy corto asomaba bajo una pequeña gorra ladeada sobre su cabeza. La gorra parecía en la distancia de un rojo vivo, al igual que los guantes que protegían sus manos de la dureza del frio del exterior. Se quitó distraídamente los guantes y se empezó a frotar las manos, para hacerlas entrar en calor, mientras inspeccionaba a la gente que tenía cerca. Se dio cuenta, de pronto, de que su acompañante ya había llegado a la barra y estaba hablando con la chica que le ha servido el  té. Ella se le acercó, desabrochándose el abrigo y se abrazó a la cintura de su acompañante.

Una corriente eléctrica cruzó el cuerpo de Marc. Parecía Julia. Entornó sus ojos para ver mejor a la pareja. Dudó. La mujer era de la misma constitución que ella, los movimientos eran similares a los que recordaba de Julia. Y esa forma de abrazarse a su pareja. Ahora si podía sentir los brazos de su mujer rodeando su cintura. Marc desconcertado cerró los ojos y ocultó su cara entre sus manos. Le parecía imposible de creer lo que estaba viendo. Habían pasado veinte años desde que Julia desapareció. Intentó controlar y apaciguar su respiración. Ya más calmado empezó a hacer algo que se le daba muy bien, racionalizar. Mientras su rostro seguía escondido tras sus manos, reflexionó. Su mujer tenía treinta años cuando desapareció, su aspecto habría cambiado, el suyo lo había hecho. Cuando Julia estaba en casa era vital, joven, pura energía. Pero el paso del tiempo hace cambiar el aspecto de las personas. No podía ser ella.

Se atrevió a alzar su rostro y volverse a enfrentar con la visión de aquella pareja que tanto le había perturbado. Los buscó por el local y los encontró acodados en la esquina de la barra. La luz de la lámpara que incidía directamente en el rostro de ella le dejó claro que la conclusión  a la que había llegado era la acertada. No era Julia.

Los minutos corrían sin pausa mientras que Marc empezaba a perder las esperanzas de verla. Un año más su sueño tendría que esperar. Julia tampoco había aparecido. Desde su desaparición la policía no paró de buscarla. Durante unos años persiguieron cada una de las pistas que les pudiesen llevar hasta su paradero. Fue imposible, una y otra vez volvían con la misma noticia. Sin rastro de Julia. Incluso se tuvo que enfrentar a una acusación con la posterior investigación ya que era el principal sospechoso del posible secuestro o asesinato. Por supuesto no había fundamento para estas sospechas y finalmente los investigadores le dejaron en paz.

Un año más Marc recogió su abrigo y salió cabizbajo a la calle. Se subió las solapas para protegerse del frio. Encaminó sus pasos a casa. Mañana visitaría como siempre a sus suegros que también continuaban esperando noticias de Julia.

Cuando llegó a casa Marc lloró como venía haciendo cada trece de enero.