domingo, 7 de septiembre de 2014

Cierra tus ojos


 

Anuc se acomodó junto a su compañero. Agradecía la sombra que arrojaba el edificio y que hacía un poco más soportable aquel calor tan asfixiante del mes de agosto. Parecía que le costaba respirar más que otros días. Qué bien que se habían parado a descansar. Sin perder de vista a su colega, cerró sus ojos y se puso más cómoda.

Manel se había sentado en la escalera de acceso a las instalaciones deportivas. No recordaba un verano tan caluroso como aquel. Tanteó el bolsillo de su pantalón que quedaba a la  altura de su rodilla izquierda, al desabrochar el botón rozó ligeramente el cuerpo de su compañera. Parecía que su respiración estaba especialmente agitada. Hacía tanto calor... Si, se fumaría un cigarrillo en aquella sombra que apenas refrescaba el sudor que cubría su cuerpo y mantenía pegada a su espalda el tejido de algodón de su camiseta. Sus dedos se deslizaron sobre el celofán del paquete de tabaco que estaba a la altura de su rodilla. Tanteó para pellizcar la boquilla del cigarrillo y tirar de él. Percibía el sonido del envoltorio amortiguado por el grueso tejido del pantalón de montaña. A su derecha el murmullo casi imperceptible del agua que caía de la fuente. A su izquierda, la respiración de Anuc. Se llevó el cigarrillo a la boca. Click. Chupó con fuerza y sintió en humo que inundaba su boca, para luego caer hasta sus pulmones. Debería dejar de fumar. Se acomodó sobre los codos en el escalón superior y se permitió volar. En su mente seguía sonando la voz de aquella mujer. Su timbre, su fuerza, la cadencia al hablar. Se había sentido hechizado. Era extraño, habían cruzado unas pocas palabras intercambiando sus nombres. Poco más. Pensó que ya no era un niño para que le pasaran cosas así. No sabía nada de ella, pero no podía dejar de pensar en cómo sería aquella desconocida. Lara, era su nombre. Deseaba volver a coincidir con ella. Si, volver a charlar con Lara. Dio otra calada. Sentía que el humo le daba fuerzas, valentía. Anuc se movió perezosa. Dejó que el humo saliera de entre sus labios sin esfuerzo, sintiendo el aroma del tabaco rubio. Le gustaba. No quería pensar que aquella idea fuera una locura. Por qué no podía ocurrir. Tal vez ella era una mujer libre como él, a la que merecía la pena conocer.

 

No muy lejos de allí Lara había salido del recinto en el que podía soltar a su perro. Michi estaba cansado pero no dejaría que ella se alejase mucho en su carrera. Cada día corrían durante una hora. A Michi le gustaba hacer ejercicio junto a su dueña. Sabía que eran unos momentos en los que ella era feliz. Lara no había borrado de su mente la imagen de Anuc y Manel. Un hombre de luz, que irradiaba la alegría que a ella le faltaba.

 

Manel aplastó su cigarrillo contra la suela de su zapatilla. Un ligero escozor en la punta de sus dedos le hizo apartar la mano con brusquedad. Anuc se levantó moviendo la colita. Hora de trabajar. Sacudió enérgicamente su cabeza y su cuerpo. Las manos de su dueño se entretuvieron unos instantes alrededor de su cuello y sus orejas, arrullándola con palabras amorosas. Todo en orden y a casita, pensó Anuc. Manel sonreía de una forma especial mientras tanteaba el lomo de Anuc buscando el arnés para sujetarlo. Encaminaron sus pasos hacia casa. Se sentía entusiasmado con la idea que crecía en su mente, abrumado con el sentimiento que brotaba en su interior. Por qué no, se preguntaba una y otra vez. Volvería al parque para perros, buscaría encontrar otra vez a Lara. Charlaría con ella. Deseaba conocerla, verla con sus manos. A lo lejos escuchó un fuerte golpe. No prestó demasiada atención ensimismado como andaba en sus pensamientos.

 

Lara llegó al paso de peatones de la calle principal. Unos metros más la separaban de una ducha refrescante. Michi paró junto a su dueña reprimiendo las ganas de salir corriendo hacia casa. Dos manzanas más y tendría su gran plato lleno de agua fresca.  Estaba cansado, tenía sed y sentía algo extraño, quería salir corriendo de allí. El conductor cedió el paso a la chica con el perro, le gustaba respetar a los peatones. Lara empezó a cruzar con Michi pegado a sus pies. Sólo escuchó el fuerte golpe. Luego el silencio lo envolvió todo. Fundido en negro.

 

Nada se podía hacer ya cuando llegaron la policía y la ambulancia. Lara yacía sin vida sobre un charco de sangre, su propia sangre y la de su compañero. Michi a su lado. Aquel día no habría ducha, ni agua fresca para Michi. La conductora no vio que el coche rojo había parado en el paso de peatones. No tuvo tiempo de soltar el móvil para esquivar el vehículo. No frenó a tiempo. El coche salió despedido hacia delante arrollando a Lara y su perro.

 

Manel llegó a casa soñando con un nuevo encuentro. Anuc salió al balcón después de saciar su sed y empezó a aullar desconsoladamente.

viernes, 29 de agosto de 2014

Con permiso

“Me doy permiso para separarme de personas que me traten con brusquedad, presiones o violencia, de las que me ignoran, me niegan un beso, un abrazo…
No acepto ni la brusquedad ni mucho menos la violencia aunque vengan de mis padres o de mi marido, o mujer.
Ni de mis hijos, ni de mi jefe, ni de nadie.
Las personas bruscas o violentas quedan ya, desde este mismo momento fuera de mi vida.
Soy un ser humano que trata con consideración y respeto a los demás. Merezco también consideración y respeto.
Me doy permiso para no obligarme a ser “el alma de la fiesta”, el que pone el entusiasmo en las situaciones, ni ser la persona que pone el calor humano en el hogar, la que está dispuesta al diálogo para resolver conflictos cuando los demás ni siquiera lo intentan.
No he nacido para entretener y dar energía a los demás a costa de agotarme yo: no he nacido para estimularles con tal de que continúen a mi lado.
Mi propia existencia, mi ser; ya es valioso.
Si quieren continuar a mi lado deben aprender a valorarme.
Mi presencia ya es suficiente: no he de agotarme haciendo más.
Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas en el trabajo.
No voy a cargar con responsabilidades que corresponden a otros y que tienen tendencia a desentenderse.
Si las exigencias de mis superiores son desproporcionadas hablaré con ellos clara y serenamente.
Me doy permiso para no hundirme las espaldas con cargas ajenas
Me doy permiso para dejar que se desvanezcan los miedos que me infundieron mis padres y las personas que me educaron. El mundo no es sólo hostilidad, engaño o agresión: hay también mucha belleza y alegría inexplorada.
Decido abandonar los miedos conocidos y me arriesgo a explorar las aventuras por conocer.
Más vale lo bueno que ya he ido conociendo y lo mejor que aún está por conocer. Voy a explorar sin angustia.
Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente.
No soy perfecto, nadie es perfecto y la perfección es oprimente.
Me permito rechazar las ideas que me inculcaron en la infancia intentando que me amoldara a los esquemas ajenos, intentando obligarme a ser perfecto: un hombre sin fisuras, rígidamente irreprochable. Es decir: inhumano.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcto como quieren; y asumo mi derecho a ponerles límites y barreras a algunas personas sin sentirme culpable.
No he nacido para ser la víctima de nadie.
Me doy permiso para no estar esperando alabanzas, manifestaciones de ternura o la valoración de los otros.
Me permito no sufrir angustia esperando una llamada de teléfono, una palabra amable o un gesto de consideración.
Me afirmo como una persona no adicta a la angustia.
Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio No espero a que vengan esas consideraciones desde el exterior.
Y no espero encerrado o recluido ni en casa, ni en un pequeño círculo de personas de las que depender.
Al contrario de lo que me enseñaron en la infancia, la vida es una experiencia de abundancia.
Empiezo por reconocer mis valores, Y el resto vendrá solo. No espero de fuera.
Me doy permiso para no estar al día en muchas cuestiones de la vida: no necesito tanta información, tanto programa de ordenador, tanta película de cine, tanto periódico, tanto libro, tantas músicas.
Decido no intentar absorber el exceso de información. Me permito no querer saberlo todo. Me permito no aparentar que estoy al día en todo o en casi todo.
Y me doy permiso para saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo.
Decido profundizar en todo cuanto ya tengo y soy. Con lo que soy es más que suficiente. Y aún sobra.
Me doy permiso para ser inmune a los elogios o alabanzas desmesurados: las personas que se exceden en consideración resultan abrumadoras. Y dan tanto porque quieren recibir mucho más a cambio.
Prefiero las relaciones menos densas.
Me permito un vivir con levedad, sin cargas ni demandas excesivas. No entro en su juego.
Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico.
No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que
me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.
Si intentan presionarme para que haga lo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Es sencillo y liberador acostumbrarse a decir “no”.
Me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtico. No me impongo soportar situaciones y convenciones sociales que agotan, que me disgustan o que no deseo. No me esfuerzo por complacer.”
Elijo lo que me da salud y vitalidad.
Me hago más fuerte y más sereno cuando mis decisiones las expreso como forma de decir lo que yo quiero o no quiero, y no como forma de despreciar las elecciones de otros.
No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como estaré.
Me permito estar tal como me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres y los que me rodean: lo “normal” y lo “anormal” en mis estados emocionales lo establezco yo.


texto de Joaquin Argente “Me doy permiso…”

miércoles, 27 de agosto de 2014

El camino

He tardado en subir hasta aquí. Mucho, he tardado demasiado. Pero es que este camino que he elegido es tan complicado que apenas mis pies aciertan con lo que tienen que hacer. Y parecía fácil. Un paso, luego otro. Sólo tenía que caminar. Andar, todo derecho. Andar, siempre hacia delante o hacia atrás pero andar...

Y luego están esos días en los que los ojos son los que no aciertan a ver. ¿Serán esas malditas lágrimas que los empañan? ¿será el sol que alumbra tanto o la noche sin luna ni estrellas?... creo que mis ojos olvidaron como mirar...

¿Y cuando todo es silencio? ¿Oye?, ¿me escuchas? ni tan siquiera mi voz ni mi corazón emite sonido alguno que mis oídos perciban...

En la soledad del camino me pregunto si me salté alguna indicación de desvío
Hoy puede ser un gran día... veremos mañana

miércoles, 26 de marzo de 2014

Soledad


Soledad, cuánto no se habrá escrito de ella. Ese estado, situación,  sentimiento que en tantas ocasiones nos ha acompañado. Cada día descubro algo nuevo sobre ella. Una veces tan deseada, otras tan temida. Tan conocida-desconocida amiga-enemiga.

Siempre llega silenciosa o se encuentra acechando tras la puerta del corazón inmerso en procesos de sanación, de cierre por vacaciones o de caída libre a la sima/abismo del desamor. O también del amor, por qué no.

Ah, soledad. Unas veces tan necesaria  para que la mente se vacíe del todo… de todo y pueda comenzar ese proceso de reseteo y desfragmentación del disco duro.  El sistema está en peligro, trabajando día y noche al límite de las posibilidades físico/emocionales…. Esto no puede ser sano.

Sssshhhhh…. Silencio…. Ssssshhhhhh… no estoy necesariamente pensando, tan solo sintiendo… ¡Tan solo! Identificando sentimientos, emociones, consecuencias, desastres, sorpresas… dudas… practicando el noble arte de reconocer y no dejarme arrastrar… arrastrar…  a  r  r  a   s   t   r   a     r  ... a      r      r         a           s              t              r                a                r            ...

Ssssshhhh… silencio…  estamos mi soledad y yo en un pulso a muerte… intentando descubrir en qué coño estamos convirtiendo nuestra vida.

 

 

De “Mi incorregible amiga Isa” (...o no...)

miércoles, 19 de marzo de 2014

Tu mano


Mientras el tiempo pasa dejando sus marcas en lugares bien visibles, me resisto a dejarme vencer.

He de confesarte que en algunos momentos sales victoriosa. Son esos instantes en los que me coges firmemente de la mano y me arrastras hacia ese abismo que tan bien conocemos.

Una vez más aquí estamos las dos, unidas por un abrazo eterno, por el vacío de nuestro corazón, tan solo habitado por el frio y la tristeza, por el miedo. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Cómo es este nuevo lugar en el que he elegido vivir?, o ¿lo has elegido tú? …

Mientras las preguntas se agolpan en mi mente, llega la extraña sensación de déjà vu. La misma sala, el mismo olor, la misma luz. La ventana tras nosotras dejando que las cortinas acaricien nuestra espalda. Tu mano en la mía. ¿Será esta la última vez? Te pregunto con un hilillo de voz casi imperceptible. Sonríes mientras empiezas a tirar de mi hacia la oscuridad…

Caemos, esta vez caemos.

lunes, 17 de marzo de 2014

Amor en "estos" tiempos

Llegados a este punto, qué puede importar ya. La vida parece empeñada en seguir, mientras mi ritmo vital se mantiene en su línea de ralentizarse o acelerarse, según el segundo exacto en el que me preguntes. Padezco claros síntomas de “arritmia vital”. Subo y bajo como la marea. Me pierdo en las esquinas de cualquier camino lleno de baches que no veo… y mira que he pasado veces por aquí. ¿Será que nunca aprenderé?, ¿será que es mi destino tropezar hasta convertirme en piedra?, ¿será este mi karma? …

Ah, dije que hablaría de amor. Imposible, ya ves que no me sale. Se perdió el amor en aquel recodo en el que la piedra me tumbó. Y luego… luego… ¿Nada?... Mi vida sigue sin mí, porque ya me perdí y no consigo encontrarme.

Vale, hablemos de amor. Llamemos amor a esos detalles que erizan la piel, a esos momentos en los que me pongo "efervescente”, a esos sueños de ojos abiertos. Llamemos amor a esos deseos infantiles de cuentos de hadas, donde los príncipes eran azules y había brujas y princesas y ranas… ¡claro!, las ranas…

Llamemos amor a estas historias inventadas de sueños despiertos, de ojos abiertos al amanecer.

viernes, 14 de febrero de 2014

14 febrero (Cenicienta y VII)


Aquel lejano día, lo inesperado ocurrió. El tren se paró una segunda vez y una explosión nos sumió en la confusión. Gritos, miedo, llanto, sangre. Todo aquello que nuestra mente lucha por olvidar cada día. Saqué a Cenicienta del tren,  a ella y a nuestro primer cuaderno. Luego volví al interior del vagón, para intentar a ayudar. Torniquetes, vísceras, sangre. Teléfonos sonando sin manos que los consolasen, sin voz que calmara la llamada alertada. Éramos muchos socorriendo a las víctimas, pocos los médicos que teníamos idea de lo que hacer con un ser que pierde la vida, con un cuerpo que ya ha muerto. Humo, hierros retorcidos, pánico. Pasaron horas hasta que caí extenuado en el andén donde estuvo Cenicienta. Ella ya no estaba allí. Nuestro cuaderno tampoco. Recorrí los alrededores de la estación, ni rastro. Contacté con los hospitales. No era posible temer lo peor, la había visto bien cuando la dejé en el banco del andén. Dos días después la encontré en la 315 del mismo hospital en el que yo trabajaba de cirujano. Aquel 14 de febrero, Cenicienta abrió otra vez los ojos a la vida, a mi vida.

 

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Cenicienta se revolvió en la cama. Había pasado la noche inquieta. Toqué su frente, parecía no tener fiebre. Eso era bueno. Hacía tiempo que pasaba mis noches de sueño abrazado a su cuerpo. Ya no entendía otra forma de dormir más que aquella que ella me enseñó el pasado 14 de febrero. Hoy hacía un año de ello.  Apilados en la estantería, junto a nuestra cama, los cuadernos de nuestro amor. Versos, relatos, confesiones, dibujos… silencios que nos enamoraron desde la primera gota de tinta, desde el primer trazo de grafito, desde el primer instante. Cada día nos seguimos desnudarnos para el otro en el blanco del papel, seguimos en el empeño de enamorar al que un día decidió lanzarse al vacío en un único vuelo, con unas solas alas. Mis alas.

Me ceñí más a su cintura, sabiendo que la sacaría de aquella ligereza onírica. Así fue. De la mano de mis caricias y con un susurro en el que le prometía mi vida, nos adentramos en el otro sueño, ese de despertar cada mañana junto a la persona amada. 



Post scriptum:
El amor es algo que hay que alimentar día a día con pequeños detalles. Una sonrisa sincera, el beso en la puntita de la nariz al despertar. Esos whats que nos ponen alas, una cena romántica en el balcón de casa. La flor que espera ser robada del jardín público, para llegar a las manos amadas... deja volar tu imaginación.
No dejemos de alimentar nuestro amor. Feliz San Valentín.

jueves, 13 de febrero de 2014

El cuaderno (Cenicienta VI)


La taza desprendía humo y aroma a café recién hecho, por partes iguales, en la pequeña mesa redonda que ocupaba el rincón más tranquilo del vagón. Una silla vacía parecía estar esperándome. Cenicienta leía y sus lágrimas corrían a la búsqueda de  sus dedos nerviosos, que las esperaban para enjugarlas. Cenicienta leía:

“Concentro mis energías en no pensar en el mañana. No hay mañana, sólo hoy, solo ahora existe. La realidad es este único instante en el que la soledad es liviana, en el que el frio ya forma parte de mi vida, de mi alma. Nada soy, nada espero, nada me falta, nada quiero. Si esta es la realidad, mi realidad, mi momento presente…¿por qué estás tú sentada frente a mí?”

Cenicienta leía y temblaba y lloraba lágrimas de esas que alguien etiquetó como “de guardar”. La luz mortecina entraba por los cristales, mezclada con las serpenteantes sombras que danzaban sobre la transparencia de su piel. Me quedé al final de la barra esperando mi café, esperando el valor que hacía años que me dejó, empujando al miedo que seguía intentando poseerme por completo. Aquel cuaderno contenía mi verdad, la verdad de Cenicienta. Nuestras vidas pasadas, nuestro presente. Era la puerta hacia nuestro futuro… ¿lo era?, ¿lo sería?

Vi a Marcus llegar al bar. No necesitó entrar. Sabía que sólo con mirarme sería suficiente. Con ese cruce de nuestras miradas obtuve la fuerza para hacer que el miedo se alejara para siempre. La decisión estaba tomada. Era el momento.

Quité el abrigo que cubría mis hombros y mis alas de libertad se acomodaron al espacio que las rodeaba. La luz se reflejaba en el inmaculado color de las plumas,  creando caleidoscópicas formas que cubrieron las mesas, las sillas, el techo, el suelo… a Cenicienta. Sacudí mis alas, ordené sus plumas y aproveche ese instante para ordenar también mi mente.

Cenicienta alzó su mirada y dejó que mi luz llenase sus ojos, secase sus lágrimas. Me acerque despacio a la mesa, en la que todavía estaba el cuaderno abierto. Me sentía desnudo, la sentía desnuda. Alargué mi mano para cazar su última lágrima… ¿realmente sería la última?

miércoles, 12 de febrero de 2014

Marcus (Cenicienta V)


Cenicienta cayó al suelo, sorprendida por el estruendo de la parada de emergencia que había realizado el tren. Mientras, yo me mezclaba entre los pasajeros que asustados se revolvían en sus asientos, adormecidos y protestando por algo tan inesperado. Nadie encontró explicación a aquella parada que no estaba prevista en el trayecto del tren.  Me acomodé en un nuevo asiento, desde allí también podría observar a la muchacha. El tren comenzó a moverse otra vez dirección a la última parada del trayecto. La última estación de aquel viaje.

Percibí desde mi refugio con vistas al paraíso, como se frotaba los ojos, se desperezaba y volvía a sentarse en su lugar. El cuaderno… se quedó mirándolo, seguía en el suelo. Cenicienta apenas parpadeaba. Parecía confusa, agitada todavía por lo inesperado, ignorante de lo que iba a ocurrir. Su cuerpo desapareció de mi punto de vista para volver a emerger con el cuaderno en la mano. Mi lápiz marcaba la primera de las páginas en las que había volcado mi esencia. Cenicienta lo sacó de su escondite, hizo un descuidado pliegue en una de las páginas y metió su cuaderno y mi lápiz en el bolso. Se levantó y con paso decidido salió del compartimento.

Me quedé aturdido, no esperaba esta reacción. Amanecía  y la claridad empezaba a despertar un cielo cubierto de pesadas nubes. Era invierno también afuera. Entonces apareció, si, apareció. Marcus estaba sentado en el asiento de mi derecha, junto a la ventanilla.

-Parece que andas un poco despistado hoy. Te has retrasado, ya deberías estar en tu casa. Veamos, ¿tienes tu agenda en el maletín?- preguntó Marcus sin esperar respuesta. Sin mirar, empezó a hurgar en el interior de mi maletín.

-No empieces Marcus, lo tengo todo controlado. Los trabajos previstos para hoy son sencillos, sin compromiso.

-Para ti todo es siempre sencillo. Luego pasa lo que pasa-  Marcus hizo un silencio estudiado, mientras buscaba en mi agenda la página correspondiente al día de hoy. Con lentitud pasaba las páginas sin apenas rozarlas… como le gustaba presumir de sus poderes.- Ya veo que tienes el día completo.

Decidí cambiar a una posición de acción, dejando el lado de la reacción para el que en ese momento se estaba definiendo como mi contrincante.

-Por cierto, ¿era preciso la parada de emergencia para subirte al tren?- le lancé mi pregunta  sin mirarle, paseando mis ojos por el pasillo del tren a la búsqueda de Cenicienta- Tu que controlas la materia y el movimiento, las mentes y las almas.

-No te pongas borde, ella no es para ti. No pretendas despistarme para ganar tiempo. Está decidido.

-No tienes argumentos para convencerme. Es más, ya he iniciado el proceso. Estoy decidido, esta vez no me vas a hacer dudar, eso no va a ocurrir. Estoy totalmente seguro de lo que quiero, de lo que siento y de lo que puedo crear con ella.

Marcus continuó hablando, era lo previsto. Apeló a mi sentido común, a la realidad de mi soledad que podía estar traicionando mis sentimientos. No podía ser cierto que yo me enamorará una vez más. Esto ya lo habíamos hablado en otras ocasiones y con sus reflexiones me había ayudado a desenmascarar al miedo, a la falta de aceptación de mi soledad que se disfrazaban de amor, de proyectos de futuro, de pasión, de para siempres, de eternidades… Qué sabría el amor de eternidades…

Me levanté y lo dejé hablando solo. Marcus estaba acostumbrado. Esta vez no había miedo, no había disfraces. No quería pensar en palabras cargadas de tópicos, difuminadas con matices que hacen que no sepamos diferenciar lo real de lo irreal.

Llegué al vagón en el que estaba la cafetería arrastrando mi vida y mi pasado. Allí estaba ella. Allí estaba su cuaderno mostrando mi verdad.

martes, 11 de febrero de 2014

Este soy yo (Cenicienta IV)


Tardé en enfocar la estancia. Tardé en ubicarme. El tren de cada día, de cada noche volviendo a un hogar que ya no era mío. Froté mis cansados ojos, después de tantas horas de guardia era difícil mantenerme despierto. Alargué la mano hacia el asiento en el que estaban mis cosas. Sin mirar, hice recuento: abrigo, maletín… Todo. Estiré mis piernas y fue entonces cuando la punta de mi zapato tocó algo. Me desperté.

Ella dormía sentada frente a mí, y a sus pies, un cuaderno abierto mostraba unos apuntes con letra firme y segura. No me pude resistir. Lo alcé, un poco temeroso de que ella se despertara, y lo acomodé frente a mis cansados ojos… un poco más cerca… un poco más lejos. Miré por encima del cuaderno antes de empezar a leer. No sin dificultad enfoque el rostro de la joven. Su cabello revuelto escondía sus ojos cerrados, apretados párpados de sueños sufrientes. La palidez de su piel se confundía en la penumbra. Parecía transparente, a punto de desaparecer entre las sombras, entre las luces pasajeras que corrían afuera. Elevé el cuaderno subiendo el telón que me aislaría de la inquietante joven y que me introduciría en el último viaje.

El tiempo pareció detenerse, las estaciones desaparecieron en la oscuridad de la noche. Cielo estrellado oculto por algodones maquillados de oscuro. Mientras el tren me mecía, sus versos me lanzaban a lo más alto. Su historia me atrapaba en lo más profundo. Mi misión dejó de tener sentido. Solo deseaba acercarme a esa mujer que tanto tenía que ofrecer, a la que tan poca energía le quedaba. Me resistí. No estaba dentro de los pasos que debía dar, no era bueno tomar ese tipo de decisiones y comenzar una aproximación de esa manera… Luego sabía que lo podía lamentar.

Me dejé llevar por el impulso. Cogí un lápiz de mi maletín y comencé a dejar fluir mis pensamientos, que trasformados en versos, en frases, dibujos, espacios en blanco, fueron tejiendo una historia… mi historia. No sería capaz de cuantificar el tiempo que pasé en ese mundo que sabía que ya no era el mío. De tanto en tanto bajaba el telón y observaba a la joven sumida en un inquieto sueño, sueños muertos tal vez. Luego me volvía a sumergir en los versos que germinaban en mi mente para florecer en el blanco inmaculado del papel. Nada tenía sentido. Todo tenía sentido.

El tren frenó en seco. La joven comenzó a resbalar de su asiento. Todo ocurrió muy deprisa. Deposité el cuaderno en el suelo, donde lo había encontrado, esta vez era mi lápiz el que quedó en su interior. Recogí mis cosas con toda la rapidez de la que fui capaz y salí del vagón deseando que ella no me hubiera visto, deseando que ella me viera…

domingo, 9 de febrero de 2014

Sueños muertos. (Cenicienta III)


Cansada. Cansada de todo, retomó la escritura:

“Vacío lleno de recuerdos

trémula calidez resbalando entre mis dedos.

Perder, perder,

Qué es perder…

Dejar de ganar, de soñar,

de esperar

tus manos en mi espalda,

tu cuerpo en el recodo del paraíso…

Palabras-verso que alzan

que lanzan al vacío…

Vacío lleno de silencios

que desgarran las venas

Silencios que rompen sueños.

Sueños rotos.

Sueños muertos”.

Descansó el bolígrafo en el pliegue del cuaderno. Posó sus ojos en el desconocido que dormitaba en el asiento de enfrente. Sus parpados pesaban más que las lágrimas que no paraban de brotar desde el vacío de sus ojos. Ni tan solo eso podía elegir. La muerte, la esperada salvación. El temor, la cobardía le había hecho dudar. El miedo, ese que seguía intentando burlar una y otra vez. El miedo era el dueño de su vida.

Lo último que percibió fue el movimiento del desconocido compañero de vagón. Tal vez soñaba con mundos mejores, distintos. Utopías de soñadores de mentes inquietas…

Cenicienta se quedó dormida. Su cuaderno resbaló de entre sus manos, dejando la desnudez de las letras al alcance de miradas indiscretas:

“Treinta minutos

de letras perdidas

de melodía lanzada a alma herida.

 

Demasiados segundos

de ausencia aceptada,

de soledad reclamada

a la vida que se me escapa,

dejando el  latido suspendido,

expectante de tus versos.

Esos que me sueñas

me creas, rimas, dictas, recitas.

Escribes

gritas, acunas… murmuras

Callas”

¿Elegimos...? (Cenicienta II)


¿Quién dijo que sería fácil? El peso del arma le sorprendió. Nunca había pensado que una pistola tan pequeña fuese tan pesada. Algo más de un kilo, calculo. Brillante, fría, del tamaño justo para ser acariciada por sus pequeñas manos. Nadie le dijo que fuese una tarea sencilla. Percibió el evidente temblor cuando con su dedo buscó el percutor. Click. El arma estaba cargada. Todo su cuerpo se estremeció.

El espejo del baño del vagón de tren le devolvió la frialdad de su mirada. Un rostro con claros signos de cansancio la miraba desde la brillante y sucia luna. Si, estaba cansada, había sido una larga noche subida a sus zapatos de cristal y bailando de brazo en brazo, de príncipe en príncipe, hasta que comenzaron las campanadas que anunciaban el final del baile. Fue en ese instante en el que finalizaba un día para comenzar el siguiente, en el que sonaba la última de las doce campanadas, cuando comprendió que Cenicienta iba a morir.

No elegimos cuando nacemos, pero podemos elegir cuando vamos a morir.

El peso de la lágrima que corría por su piel, le sorprendió tanto como lo había hecho el de la pistola que ahora se alzaba frente a su rostro. Con inesperada frialdad y precisión encajó el cañón del arma entre sus labios. Sería un último beso de vida, de muerte. No podía fallar. El traqueteo del tren le hacía perder el equilibrio. Ya le habían avisado, si algo salía mal... No estaba dispuesta a que algo se torciera. Se volvió atrás.

El sudor de su cuerpo se empezó a enfriar. Esta vez temblaba de frio. Guardó su arma en lugar seguro y volvió a su asiento. Ya no estaba sola. En el asiento de enfrente otro pasajero dormitaba apoyando la cabeza en el cristal de la ventana. Su rostro permanecía escondido entre los dedos de la mano que lo sujetaba. Una bolsa, el abrigo y un maletín oscuro descansaban en el asiento junto al desconocido.

Recogió su cuaderno de notas que había caído al suelo. Permaneció unos instantes en pie, mirando el paisaje que pasaba a gran velocidad al otro lado del cristal. Oscuridad salpicada de estrellas fugaces. Contuvo la respiración escuchando los latidos de su corazón, esperando que parasen, deseando que parasen.

Abrió su cuaderno de notas y leyó:

“Las doce. Cenicienta murió… Continuará”

Y anotó con letra temblorosa:

“No elegimos cuando nacemos. ¿Elegimos cuando morir?... ¿continuará?”

miércoles, 5 de febrero de 2014

LAS DOCE (Cenicienta I)


Sonaban las campanadas en el reloj de la torre. La última lágrima resbaló dibujando el camino hacia su cuello. Él no estaba allí para beberla como le habían contado que ocurriría. No supo si sonreír o seguir llorando. Se sentía ligera después de derramar aquellas pesadas lágrimas. Con la que contó era la última campanada ocurrió. Cenicienta murió. 

Con movimientos livianos se incorporó en equilibrio sobre el zapato de cristal que seguía en su pie. Entre el noveno y el décimo peldaño quedó arremolinada su falda de seda salvaje de ese color del que son los príncipes. Entre el séptimo y el sexto cayó el corsé que le oprimía el pecho. Entre el cuarto y el tercero dejó libres sus cabellos que habían hecho el último baile anudados en tortuosa trenza. Paró al pie de la escalera. Respiró profundamente. Se quitó el zapato que le quedaba puesto y lo lanzó con desgana hacia lo alto de la escalinata. El sonido de cientos de minúsculos cristales golpeando los peldaños de frio mármol, quedó suspendido en el silencio de la noche.

Corrió sintiendo la ligereza de la brisa rozando su piel, mientras se iba vistiendo de vivos colores, ropas informales y divertidas apropiadas para el baile de la vida que le esperaba… ¿qué vida le esperaría fuera del castillo?.

Cenicienta, sin equipaje,  se subió al primer tren que pasó dirección al norte. Eligió un asiento, sacó su cuaderno de notas y escribió:

“Las doce.  Cenicienta murió… Continuará”

viernes, 31 de enero de 2014

El peso de una lágrima


Cuando la soledad enfría los huesos

Cuando la distancia queda al alcance de la mano

Cuando los amigos están en la fila 7…

Qué nos queda

Qué nos falta

Interferencias de diales locos, de mentes dispersas.

Lágrimas de difícil explicación,

Invisibles.

Silencio…

 

Historias que se repiten

 

La soledad enfría mis huesos

La distancia queda al alcance de mi mano

Mis lágrimas pesan

Pesan

Pesan

Pesan

Pesan

 

 

 

Silencio lágrima cansancio soledad

viernes, 17 de enero de 2014

LA PODA



Las tijeras de podar cayeron de sus manos. No escuchó el sonido de las piedras que crujían bajo las ruedas del coche que se aproximaba por el camino. Llevaba tantas horas trabajando en la viña que su espalda necesitaba un descanso. Tampoco esto lo había notado. Cuando se ocupaba de sus cepas perdía la noción del tiempo, era como si su registro vital cambiara. Podría jurar que los latidos de su corazón se ralentizaban para hacer fluir la sangre por sus venas de una forma más pausada, su respiración se calmaba haciéndose más profunda, sus pensamientos se limpiaban. Su organismo buscaba silencio para permitir que sus seis sentidos trabajaran al cien por cien y sin interferencias. Había que tomar decisiones importantes… qué cortar, en que justo lugar el filo de la tijera debía sesgar la vida.

Por la altura del sol de aquel día de enero calculó que debían de ser las dos del mediodía. Su estómago, vacío ya, despertó y le reclamó algo de alimento. Hacía años que había tomado la decisión de no llevar reloj. La vida en el campo no lo requería y él había dejado de vivir con prisas. Debía hacer ya diez años desde que abandonó aquel artefacto que oprimía su muñeca en el fondo del cajón de la mesilla de noche, junto al de ella. Al principio se sentía desnudo, con el brazo desnudo, con el tiempo suspendido, con el alma vacía. Su prisa se paró a las cuatro de una tarde de verano, cuando ella cerró los ojos por última vez en la cama de aquel hospital. Había ganado la parca. Nunca más los volvió a abrir.

Marcos colocó su mano derecha sobre la frente, arrojando sobre sus ojos la sombra que necesitaba para poder enfocar el vehículo que paraba su motor el final del camino, junto a su quad. Una estela de polvo quedaba suspendida en el silencio de la campiña. Con la otra mano frotó su dolorida espalda mientras sentía el peso de los años. Los años sin ella.

El único ocupante del deportivo bajó. Le costaba enfocar para ver con claridad de quien se trataba. El sol lo deslumbraba y creaba un resplandor brillante en torno a la silueta de aquella mujer. Si, era una mujer y le resultaba extrañamente familiar. Aquel cabello dorado, corto, definiendo el óvalo de un rostro que tantas veces admiró… sintió el aroma acre de la tierra, el tacto de las ramas caídas en el suelo que rozaban la piel de su rostro y el sonido de la voz de su querida esposa que le tranquilizaba.

Eran cerca de las diez de la noche cuando lo encontró su fiel Samy. Sus ladridos no alertaron a nadie, ya que nadie había que los pudiera escucharen aquella despoblada zona de viñedos. Samy se calmó y acabó acostándose a los pies de su dueño. Con el amanecer llegaron los vecinos, la familia, los médicos. Nada se podía hacer. Mientras tanto, en el porche de la pequeña bodega Marcos y su esposa saboreaban una copa de vino. Invisibles espectadores felices por saberse unidos para la eternidad. Aquella noche nadie daría cuerda a los relojes que descansaban en el fondo del cajón.

sábado, 11 de enero de 2014

NADA


 
 
Nada detrás de mis cristales.

Nada.

Nada sobre la mesa

repleta de recuerdos.

 

Despertar al vacío de sus besos

al silencio de sus labios.

Caminar por la cuerda…

temblar

caer

levantar

caer…

 

Dormir sin la calidez de sus brazos.

Palabras mudas,

labios muertos.

sábado, 4 de enero de 2014

SILENCIOS

Hubo un tiempo en el que el silencio tuvo el peso de una losa sobre mi espalda.
Nada que decir, nada de que hablar. Cuando las miradas son silencios, sobran las palabras. Fue entonces cuando descubrí que le había amado hasta la cordura.
Ahora es tu silencio el que me encadena a la distancia que nos separa. 
No perturbes mi paz, no lo hagas sin estar seguro de que tienes mucho que contar, de que tus silencios “nunca” tendrán aquel peso que la memoria de mis músculos no está dispuesta a olvidar.
No perturbes mi paz sin estar convencido de que tienes mucho que dar, “todo” para “siempre”.
No perturbes mi paz…